Difícil sería decir cuanto tiempo pasó por ellos sin respiración ni pulso. Sin saliva ni sudor. Pero compenetrados igual en ese extraño contacto tan íntimo y sensible como el mejor sexo, el de ellos, de siempre, que se prolonga y aumenta poco a poco para llegar al clímax muy tarde, cuando ya las fronteras entre las personalidades han dejado de existir. Hasta era más fácil, sin cuerpo. Yendo directo a lo esencial, el contacto entre las almas. Que se reconocen en ese mundo sin luz de la única manera que se puede conocer sin posibilidad de error: Por el contacto entre las conciencias que mucho disfrutan cuando pueden dejar de estar solas dentro de esa caja de nada que sin embargo limita. Mente con mente, recorriéndose como recorren los ojos del lector las páginas de un libro o la sensibilidad auditiva llevada de la mano por Motzart. Allí estaban todas las historias sin palabras, a pura sensaciones simultáneas y un débil pensamiento que intenta inútilmente poner un nombre a cada cosa. Una etiqueta a la vida! Con sus componentes en miligramos para poder después repetirla bajo la firma de la constancia notarial. No, historias como las del Hombre Ilustrado que se ponen en movimiento involucrándonos por entero como si nadáramos bajo el agua sin necesidad de respirar. Daba gracia saber que el pobre pensamiento se había quedado atrás ya desde el principio con su libretita de anotaciones dejándoles navegar por los rápidos de la existencia con las almas desnudas del temor por el devenir constante. Y daba gusto sentirse liberado del eterno tiempo aunque siguiera pasando, pero ya no como el tic tac que nos acerca a la hora de la alarma, de la comida o de la muerte. El tiempo también se había liberado de toda esa carga de fenómenos que siempre debía estar empujando para que no se retrasaran y todo funcionase como dios manda. Aquí no había tareas. No habían cosas ni fenómenos, sólo había conciencias.
Sin embargo, en algún momento algo se abrió en el aire sobre las ruinas de Los Dogones y las rozadas luces del alba. Sobre la tierra gris sonaba un acorde de inmenso silencio para enmarcar la imposible desolación que allí reinaba. No salían humos ni olores, no había huellas de fuego, no quedaba más que un montón de escombros y tablas quebradas alrededor de un pozo central. No quedaba nada.
(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)
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