Al mediodía estaban de vuelta en la boca planeando alguna posible dieta basada en los productos del país. En el bajo Magdalena había reconocido un par de guayabos con fruta, y a la sombra de la barranca, cerca del manantial había una variedad de lengua de vaca con la que su tía había cocinado muchas comidas, desde ensaladas a croquetas, pasando por la pascualina. Claro no tenían horno pero algo iban a improvisar una vez que se hicieran de leña. Manuel partió una piedra vidriosa a la que le conocía las costumbres y de ella desprendió, a golpes, una lasca muy filosa que les iba a servir de cuchillo. Se acordó de los macachines que Ernesto rescataba para convidar a los tucus y pensando en los tucus…era posible que tuvieran que volverse cazadores de animalitos vivos porque los vegetales, a no ser el pasto, no eran lo que se dice abundantes. Ahora… cómo cazarlos? Sin tener ningún arma ni siquiera una de aquellas hondas que el Rulo hacía tan bien. Para hacer un arco se necesitaba una buena cuerda, lo mismo que para atar las gomas de la honda, si fuera que consiguieran. Tal vez una lanza hecha con alguna rama derecha o por último volver al viejo garrote que para el caso bien podría servir una alfajía de aquel alambrado deshecho. ¿Cazar qué? Porque ahora que iban bajando hacía los vallecitos se daban cuenta de que…en un lugar así casi pelado…En realidad no sabían qué bichos pudieran vivir. ¡Liebres y perdices! Una rápida para correr y la otra voladora. Mulitas que les iban a dar lástima, algún asqueroso lagarto y de repente se podía pescar algo en esas cañaditas entrecortadas. ..Más lejos que lo que se veía alrededor capaz que fuera peligroso. Donde hay gente hay comida pero también preguntas y comentarios.
Antes de la media tarde estaban volviendo cargados de todo lo que encontraron. Veinte guayabas maduras, medio kilo de macachines y un montón de hojas de lengua de vaca en la remera roja de Manuel transformada en bolsa. Con unos trozos de cuerda media podrida que encontraron habían atado dos haces de ramas secas de junto al montecito de la cañada, una herradura perdida, un pedazo de alambre negro y varias bolsa de nylon que corrieron para alcanzar.
-Esta es la leña para cocinar- -dijo Manuel cuando la estaban acomodando del lado donde pensaban armar una cocina con piedras cerca de la entrada- voy a buscar bosta de vaca para calentar el ambiente de noche y correr los mosquitos- agregó tomando las bolsas y partiendo decidido otra vez a la bajada. Tranquilo. De pronto muy tranquilo como si siempre hubiera hecho lo que ahora estaba haciendo y no lo conociera todo por el recuerdo de los cuentos de su abuelo que decía que esos eran lugares especiales donde se encontraban restos de animales prehistóricos y se veían luces de las que los paisanos llaman malas. Claro, era este el lugar donde Mandinga le había traído a buscar las piedras negras para hacer el juego de guijarros. Estaba seguro. Aquí había comenzado toda esta historia. Estaban en el punto de partida.
(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)
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312 Junto al Manantial
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