Mientras seguían las preguntas y las respuestas, la imagen del Rulo se le iba transformando. Al principio era sólo el aspecto corporal el que parecía haber cambiado al vérsele más bajo y sólido que antes, pero pronto comenzó a estar rodeado por una especie de relumbre que, aunque no muy evidente, le bañaba desde la cintura hacia arriba, con flameos rojizos que se iban tornando anaranjados a medida que subían hasta la cabeza. Por alguna razón que no analizó, esto le hizo pensar que su primo aun estaba con mucho temor, casi tanto como el que él mismo sentía de que le volviera esa visión fantasmagórica que había tenido de Magdalena apenas un rato antes. Entonces se esforzó por sonreír y como jugando a su manera acostumbrada, pidió a la flaca que le diera unos besos.
Rulo seguía con el relato.
-Uno de los que se bajó del patrullero no tenía uniforme ni hablaba…Sólo apretaba los botones del celular…
Manuel sacudió la cabeza afirmativamente y confirmo como para sí mismo:
-Sí, el de traje gris y cara de nadie.
Fue cuando Rulo dijo de irse. Temía que alguien hubiera visto el procedimiento y hubiera ido con el chisme a Julieta, para preocuparla al pedo.
Salió con su bolsito al hombro rumbo a la calle, pero no llevaba andado casi nada cuando vio venir a Julieta, apurada y a los gritos.
-¡Me dijeron que te habían detenido. Vengo de la comisaría!
Volvieron hacia la casa, ahora con el propósito de tomar algunos mates con la Magda y Manuel y de paso que Julieta descansara de lo que había sido casi una carrera.
Sentados todos en la cocina, sintieron voces que llegaban por el frente. Era el Cholo que venía trayendo a un Dengue muy divertido que a la voz de “feliz cumpleaños” entraba a la casa levantando en la derecha una caja de vino. El Cholo le había encontrado preguntando por la casa del Manuel, allá por lo del Pichi. Quería llegar a tiempo para la fiesta pero no recordaba dónde vivía Manuel ni que día le había dicho, sólo que estaba invitado y claro que no quería faltar.
Al ver que no alcanzaban los asientos, Manuel pensó en pedirle a doña Flora unos casilleros prestados y, pensando esto completó la idea con lo que había sugerido el brindis del Dengue. ¿Por qué no hacer nomás la fiesta? Lo dijo y prontamente se repartieron las tareas. El por los casilleros, Rulo y Magda irían a hacer las compras y a avisarles a los amigos. Julieta que ya empezara a amasar, aprovechando que harina no faltaba y el Dengue…que pusiera buena música en la radio.
Quedó sólo el Dengue con sus cumbias y su historia, porque no advirtió que todos salían y se puso a contar lo del incendio y el avión con forma de cucaracha que se metía entre las llamas sin prenderse fuego y volvía a salir derechito para arriba arrastrando telarañas prendidas de sus patas.
-Porque el avión se apareció así –el avión era su mano derecha puesta en el aire- y el incendio era acá abajo, ven? Y entonces yo le veía la panza roja y el lomo negro. Era muy feo… y yo pensaba que aquello no era de acá. Era de esas cosas malditas que más vale no meterse con ellas, pero que… ¡Son esas cosas que hay!
Interrumpió su monólogo cuando vio que la luz de la puerta había sido tapada por una persona que estaba parada pidiendo permiso para entrar. Era Ernesto Federico que al darse cuenta del estado del Dengue ni mucho le preguntó al principio, sino que entró nomás y tomó asiento dispuesto a esperar la llegada de alguna otra persona.
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162: El primer invitado.
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