Apenas habían tragado las últimas porciones de pizza y cuando todavía limpiaban los chorretes de salsa que habían salpicado la mesa, en el aire de frente a sus caras aparecieron letras nerviosas, manuscritas en imprenta y ampliadas hasta una pulgada sobre un fondo improvisado de entramados blancuzcos, que hizo de toda esa banda una perfecta pantalla de proyección. Un título: “Mensaje de G. Oesterheld para Manuel”. No sólo eso, sino que apareció un marco de hermosas líneas negras en cuyo interior se fueron engendrando dibujos y armando un mundo de significantes detalles que Manuel pudo identificar sin ninguna dificultad. Allí estaba de medio cuerpo, con su chaqueta azul y su gorrita el entrañable Sargento Kirk, quién, seguramente sentado sobre algo que el recuadro no dejaba ver, sonreía haciendo miradas rápidas en dirección al cartel y largando de entre los labios esas cositas que siempre largaba, saliva o un pequeño pucho de cigarro tal vez –misterios insondables de la historieta. Porque se movía! Aparte de sonreír y de largar esa cosita, el dibujo se movía trepando las irregularidades ásperas de la trama y tomando para sus líneas y colores nuevas zonas del recuadro. De pronto miró a Manuel, como si siempre hubiera sabido que allí estaba, absorto y boquiabierto como un niño. Lo miró con la misma sonrisa cómplice con que había hecho los visajes al letrero y al mismo tiempo como pidiendo permiso para esa suerte de intromisión. Sacó una pierna por sobre la raya y enseguida boleando la otra, se bajó del recuadro y avanzó tranquilo –flameante lámina impresa— hasta el sillón que hubiera sido del Rulo, para sentarse en él de piernas separadas y torso adelantado, como quién va a decir algo muy cercano.
—Hola.
--(¡El sargento Kirk!) ¿Qué hacés acá?
--Ah, me reconociste?
Manuel se rió con infantil vergüenza.
--¿Cómo no te iba a reconocer. ¿Quién no conoce al Sargento Kirk!
Kirk sacó con pachorra su tabaquera y se puso a armar. Quería disfrutar por un momento, seguro, la suprema felicidad de un dibujo. Ser observado con deleitado placer, como el que evidenciaba la tonta sonrisa de este nuevo amigo…
--Te traigo un mensaje… Un Mensaje de Germán –dijo, levantando la mirada de sus pequeños y rectangulares ojos y recorriendo con ella a todos, como si preguntara por la conveniencia de hacerlo en público.
Pero Manuel no salía de sus propios recuerdos.
--¿Cómo era que te fuiste del ejército para ir a pelear a favor de los indios…?
--Ya no te acordás. ¿Viste qué al pedo que ha sido mi lucha? –bromeó la cara de Kirk debajo de la pequeña visera y las espadas cruzadas.
--¿Y cómo es que hablás igual que nosotros?
--Con el troesma Germán he aprendido muchas cosas de ustedes los gauchos. También los indios del norte me contaron cosas de los del sur, pero claro, me contaban lo que Germán escribía por las noches para poner en sus bocas…
--No entiendo una cosa. ¿Por qué te manda a vos con el mensaje?
--¡Es más barato, ja ja! No. En serio a mi me puede mandar dibujado con lo que se ahorra unos cuantos tera-no-se-qué.
--Y vos… aparte de venir dibujado… allá donde estabas… ¿Cómo estabas?
--Dibujado, Manuel! Yo soy un dibujo en cualquier lado. Claro que allá tengo volumen.
--¿Y quien te dibuja?
--¡Hugo Pratt, quién más!
narrativa
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144: ¿Quien no conoce al Sargento Kirk?
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