Cuando Manuel subió hasta la cocina a avisar que Trum u Porum estaban de vuelta, allí el trabajo había concluido y sólo faltaba bajar el montón de cosas que constituían el refrigerio, que a esa hora iba a ser más bien un desayuno. Ernesto y Magda aprovecharon para cargarlo con todo lo que pudieron, la bandeja de las tostadas, la manteca y la mermelada más la gorda y humeante tetera. Ernesto iba a bajar la jarra del licuado de macachines y la caja de sorbetes. Magda el azucarero y los sobres de té de repuesto.
Mientras acomodaban tantas cosas en adecuadas manos Manuel se puso a mirar por la ventana lo que el incendio había dejado del paisaje. Restos apenas del bosque, como erizos carbonizados, que ya empezaban a disgregarse para iniciar una vez más el eterno proceso de muerte y renacimiento. Era feo lo que veía y feo también lo que sin querer imaginaba como el futuro más probable, el inmediato, a medida que esa guerra siguiera por el camino que toda guerra sigue, más allá de los planes o de las intenciones.
Lo ayudaron a mejorar el equilibrio de las cosas en la bandeja e iniciaron los tres el regreso que debía ser cuidadoso y lento. Porque sólo con mucho cuidado iba a ser posible llevar indemnes toda esa pila de cosas movedizas por el patio, subir al brocal del pozo, bajar por la vieja escalera de troncos y embocar por el declive de 45 y bajar por él; manteniendo siempre la bandeja horizontal sostenida en una mano y la tetera llena de té caliente en la otra.
Abajo encontraron a Giorgionne mirándose a los ojos, muy cara a cara, con Trum Urum, quien le estaba enseñando a hablar. Se enseñaban mutuamente… Todos vieron que Giorgionne se había tomado un mechón de pelos –de los que le quedaban—y decía sonoramente “PELO” a lo que Trum respondía tomando entre sus labios un propio mechón del costado y pronunciando claramente el sonido “TRUTRU” con intencionada lentitud. Luego vino el intercambio. Giorgionne repitió a su modo varios trutrus y Trum desencajó su pequeña boca para tratar de que la sílava “pe” sonara medianamente parecida. Los humanos encontraron todo eso muy divertido y tal vez los Tucus también, aunque no reían…
Le preguntaron a Ernesto cómo era que reían y Ernesto tuvo que confesar no saberlo. Dijo que los había visto contentos, cariñosos y hasta en alguna ocasión enojados, pero nunca riendo. No sabía si se reían.
-Recuerdo un día que les convidé con un licor que hice de macachines. Ese día estuvieron muy contentos y humoristas…Hasta remedaban mis gestos y manera de hablar, pero no reían…
Trum le interrumpió poniéndose adelante y comenzando a darle golpecitos con el morro de su nariz en el pecho al tiempo que repetía una y otra vez “TRULULUM”, “TRULULUM”.
Magda exclamó:
-¡Reír se dice trululum y se hace pegando golpecitos con la nariz en el pecho!
-¿Se dan cuenta?—dijo Ernesto—Magda ha encontrado todas las respuestas… Pero además Trum ha estado entendiendo nuestra conversación todo el tiempo!
-¿Entonces antes se haría el boludo?
-No, hace tiempo que querían aprender. Me lo habían dicho. Ellos aprenden rápido y sólo de escuchar. Tienen oído de tísico y memoria de rencoroso…
Trum volvió a golpetear el pecho de Ernesto con renovada insistencia hasta que Ernesto comprendió su intención.
-¡Claro! Me está haciendo recordar de aquel día de la mamuma con licor. Ellos estuvieron todo el tiempo pegándome esos golpes que yo no entendía. ¡Estuvieron riéndose todo el tiempo!
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148: Los Golpes de la Risa
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