-¿Vos no sos el coso que vive en el caserón de los Oliveira? –Preguntó Dengue, sorprendiendo la cara de Ernesto.
-Sí…Soy uno de los Oliveira…
Dengue echó el cuerpo para atrás y le quedó mirando como para asegurarse de haber entendido bien.
-¡Che! ¡El Manuel tiene amigos ricos! –gritó para los otros que no estaban pero venían llegando.
Julieta asomó la cabeza desde la cocina y le pidió que no dijera pavadas, que iba a molestar al hombre que era un amigo.
Llegó el Roque que se había encontrado en lo del chino con la Magda. Traía un par de litros de vino del tinto abocado que le gusta a Manuel.
-Manuel ya viene –dijo Julieta- ¿Por qué no armamos la rueda en el patio?
Ernesto preguntó qué se festejaba y cuando le dijeron cumpleaños quiso ir a buscar cosas que tenía guardadas para ocasiones así en su casa. Julieta le prestó la bicicleta de Manuel y unos broches de ropa para que no se engrasara los pantalones con la cadena.
Enseguida llegó Manuel con el Cholo –que lo había ido a ayudar- y cuatro casilleros de plástico. Dos rojos y dos azules. Atrás, el Aníbal Greco, que también se había visto con la flaca y que traía una ristra de chorizos colgando de una mano y de la otra a una Mulata que se retrazaba como no queriendo llegar.
Dengue no sabía dónde meterse. Si miraba para un lado estaba la Mulata. Si para el otro -que no miraba- la imagen cercana del Roque que le llevaba la mano –sin querer- al lugar de la mandíbula donde todavía le dolía la piña.
Cuando salían Aníbal le preguntó a Manuel qué le había pasado en Maldonado el día que se había ido mientras él estaba durmiendo. Manuel le hizo gesto de hablar después y se puso a acomodar los casilleros, alternando los colores y buscando lo más parejo del piso.
En eso llegaron la Magda y el Roque cargados de cosas.
-Todo fiado! –dijo a las risas- ¡Ninguno de los dos teníamos plata!
Sobre las risas sonó un “Toc Toc” de unos nudillos golpeando el marco de la puerta. Magda fue a ver y volvió diciendo que había un milico preguntando por Manuel. Era que enfrente de la casa estaba el Mustang gris del comisario, con el comisario adentro –aunque bajando- que quería explicarle algunas cosas. Manuel fue y se enteró enseguida de ser vecino y bueno, ya que el tipo explicó que era aquella sólo una conversación de buenos vecinos. El tema ya se sabía. Lo de ahora era para explicar lo sucedido con su primo, cuando fue visto por el camino del molino viejo caminando a las gambetas por funcionarios que hacían vigilancia de rutina. Borracho, por decirlo claramente, e invitado a subir al móvil hasta que fuera debidamente individualizado ya que no portaba documentos…Claro que enseguida fue reconocido por uno de los funcionarios como vecino correcto y trabajador que no implicaba peligro alguno para la comunidad ni las propiedades .-Esto último, fundamental- Y puesto de inmediato en libertad.
Manuel preguntó por qué entre el personal policial andaba un sujeto de civil, funcionario del Ministerio de Defensa, lo que el comisario negó categóricamente.
-Yo los estaba mirando desde poca distancia, –mintió Manuel.
El comisario se fue poniendo verde con algunas lenguas moradas de fuego frío que a medida que se le desenroscaban de la cintura, subían hasta la cara. Las pupilas se le llenaron de humo blanco y la boca oscilaba entre la sonrisa congelada y la mueca de enfado, sin poder evitar que desde las puntas de sus colmillos brotaran esas chispas húmedas que se iban perdiendo en la abundante saliva que rebalsaba los labios. ¡Un completo asco!
Volvió casi corriendo y llamando a la flaca para el cuarto, le pidió que lo besara.
-Cerrá la puerta y desnudate! ¡Besame, acariciame!
-Pero Manuel…¡tenemos visitas!
-No importa!
narrativa
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163: Borracho por decirlo claramente.
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