Lo llevaron hasta el montecito de álamos que era frondoso hasta casi el nivel del suelo. Allí lo acomodaron lo mejor posible con la espalda apoyada a un tronco y le preguntaron qué le había pasado. Mandinga contó que venía con un mensaje para Manuel de parte de su abuelo, cuando fue detectado por una bola de ángel que le había acertado de lleno con un credo sobre el techo de su propia bola. El blindaje de la nave había cedido ante el brutal impacto y una letra –creía que la P de “TODOPODEROSO”- había entrado a la cabina e impactado sobre su casco abollándolo y conmocionándole el cerebro.
Preguntado cuál era ese mensaje tan urgente respondió que como la guerra tocaba ya a su fin con las huestes de Dios ganando en todos los frentes, ya no quedaban canales de comunicación que escaparan al control celestial. Era muy peligroso confiar en cualquier vía por muy bien que el mensaje estuviera encriptado. Abelardo le mandaba a decir que escondiera su juego de guijarros en algún lugar seguro y que no intentara usarlo hasta que la situación no mostrara alguna mejoría o con el paso del tiempo se relajaran los controles…
-Bueno. Pero hay algo que no me cierra -interrumpió Manuel. Aquí siempre se dijo Mandinga para decir Diablo… ¿Vos sos siempre el mismo?
-No entiendo.
-El que nombraban los gauchos…? Hasta en los verso de Martín Fierro nombran así cuando quieren decir El Diablo.
-Mirá…Ni el Diablo es tan diablo, ni Dios es tan dios…! Yo con el Diablo de ustedes soy apenas un pariente lejano. Me preguntás si soy siempre el mismo… Te tengo que desilusionar. Ni nosotros ni el famoso Dios somos eternos ni inmortales. Yo vengo de una familia de…como decirte…Dioses menores o locales del oeste de África. Mandinga viene a ser nuestro apellido. Cuando los hombres blancos empezaron a industrializar a los hombres negros, mis abuelos vinieron en uno de esos barcos acompañando a los pobres que amontonaban en las bodegas y se afincaron aquí donde ocultamente se siguieron celebrando las ceremonias que a ellos tanto llenaban de vanidad. Después tuvieron descendencia con los dioses indígenas y todos nos volvimos mestizos como mestizos se volvieron los pueblos… Lo de que somos El Diablo no es más que una leyenda blanca que sembraron los curas españoles y que muy bien aprovecharon las familias que se hicieron dueñas de estas tierras.
-Y si aman a sus pueblos…¿por qué no impidieron que los cargaran en los barcos como esclavos?
-Ah, y te creés que el Dios de los blancos es un niño de pecho? No sabés cuantas veces hizo reventar a mis antepasados! Te digo “hizo reventar” porque era así, nunca daba la cara, sólo mandaba a sus miles de alcahuetes a pelear por él.
-Entonces ustedes agacharon la cabeza?
-No… algunas veces nos metimos en peleas, como ahora que aceptamos una alanza… que…
-¿Qué te pasa?
-No nada… es que me siento muy cansado… me duele la cabeza.
Ernesto se sacó la campera y respetuosamente la acomodó entre la espalda de Mandinga y el tronco del Álamo. En eso se sintieron los cuchicheos de los otros que venían llegando. Manuel les pidió silencio.
-Tenemos un herido.
No entendían nada. A pesar de la oscuridad se veían y contaban todos, parados y enteros… Fue el Cholo quien de pronto rozó con su pie el de Mandinga y rápidamente registró la realidad de aquel cuerpo despatarrado.
-¿Quién es?
Mandinga abrió de nuevo sus ojos, que por cierto eran visibles en la oscuridad. Habló con una voz más grave y cascada que la de antes.
-No te asustes, soy Mandinga… Pariente de todos ustedes si no me equivoco…
(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)
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167: EL DURO CREDO
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