-¿Está todo arreglado, no? –Preguntó satisfecho del Cholo.
Qué decirle? El Cholo no era ningún estúpido para ocultarle la verdad, toda la verdad. Por lo menos algo le iba a tener que contar…además de levantar un pulgar y sonreír sin decir nada…
-Así que andás en conversas personales con el Pepe?
Ya estaba atando los cabos y él seguía pensando qué decirle. No recordaba siquiera qué le había dicho antes, así que…
-Vino a tu casa con un tipo del Ministerio de Defensa…
-Por lo del avión.
-¿Pero, a tu casa…?
-Para reunirnos todos los testigos con ellos…
-¿En tu casa…?
-Es un asunto secreto…
-¿Y la comisaría?
-Ja, no sirve porque los milicos son muy chismosos!
-No, dale…¿cómo es la cosa?
-¿Qué tiene de raro mi casa…? ¿Por qué no podemos reunirnos en mi casa, Cholo?
-¡Mirá vos! El ministro de ganadería y un capo del Ministerio de Defensa, más sus respectivos secretarios y algunos encumbrados ciudadanos reunidos en el ranchito del pardo Manuel a discutir asuntos de seguridad nacional! ¿Querés que te lo crea?
-Bueno, es un poco complicado de explicar…
-Yo no tengo apuro.
Lo que a las apuradas había decidido contarle era solamente que estaban ocurriendo algunas cosas raras, como lo del avión. Que por casualidad él había visto pasando a ser por eso un testigo importante al que había que silenciar por las buenas o por las malas, ya que eran cosas que podrían afectar las relaciones internacionales y eso… Pero terminó diciendo mucho más porque una cosa llevaba a otra y el Cholo iba metiendo sus preguntas y…Por fin terminó contando todo.
Terminadas las preguntas quedaron en silencio. Incrédulo Manuel de no haber escuchado al Cholo decir que estaba loco. El Cholo preocupado de enterarse de cosas que nunca hubiera sospechado. Manuel pensando que si Cholo aceptaba todo como normal, entonces…¿No estaría loco?
Pero se tenía que ir. Agradeció la hospitalidad y pidió prestada la Hora Cero con la que salió mirando cómo la penumbra avanzaba por el callejón, mientras se apagaba el día sobre las copas de los pinos. No sólo la penumbra. También a lo lejos vio venir la figura del Rulo que, de bolsito al hombro y paso cansino, volvía de su jornada laboral. Era una bonita imagen que creyó haber visto antes en algún lado. El color del balastro del callejón –medio rosado. La penumbra verdosa que proyectaban los pinos sobre la calle. La casita de los Vargas, asomada apenas entre los troncos… Y especialmente el tranco cansado del Rulo que iba paso a paso hundiendo sus huellas en la gravilla y haciendo ese ruido que en la distancia se esconde. Se escondía el ruido, perdido en ese aire casi penumbroso, como casi se escondía el propio Rulo en la distancia que entre ellos había… Era un cuadro que mostraba ese acercamiento que nunca se terminaba de producir y que lentamente iba consumiendo el tiempo y la luz…
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159: Renión en casa del pardo.
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