jueves, diciembre 21, 2006

161: UN PATRULLERO HUECO

Una vez identificado, le dejaron sentar en un banco largo que había en el pasillo. El banco era verde agua y quedaba enfrentado a un metro de la pared sin cuadros, que para divertir era gris y dejaba pasar el tiempo semejante y lento, que de última se iba amontonando del lado del recodo por donde avanzaban de vez en cuando oleadas de olor a creolina simultáneas con ruidos de bisagras de vaivén y a veces de descargas de cisternas.
Por el recodo se asomó una cabeza de pelo bien cortado y bigotes finos. Aquelarre Manuel, gritó, como si una multitud aguardase ser atendida o por conservar el tono adecuado de la autoridad que no quita la ilustración ni la valentía propia de quienes están “al servicio de la autoridad”, perdón “de la comunidad”.
El comisario nuevo estaba parado junto a la puerta abierta de su oficina comisaril con una actitud que lo hacía suponer en franca retirada hacia su domicilio o algún otro lugar de beberaje y chistes. Por eso Manuel entró, como le fue indicado, pero sin terminar de entrar se quedó frente al comisario que era muy alto mientras no se agachara, como ahora que solo se acomodaba la chalina y ordenaba con rápidos palmoteos, los pelos que a los costados se empeñaban en romper filas. Manuel habló.
-A mi primo Raúl lo levantaron en un patrullero hace un rato allá en el camino del molino…
-¿Cómo era el patrullero?
-Un Mustang.
-Psss!!
Eso fue todo. El comisario nuevo se marchó con paso gallardo en busca de la salida, sin explicar siquiera el significado del psss y dejando a Manuel “apavorado” por verse de nuevo en medio de una intriga de esas en las que los que son no lo son, sino que parecen que son. Lo siguió a una distancia apenas suficiente como para que cuando llegara al aire libre ya la autoridad arrancara con su auto desde la explanada, frente a sus ojos, que por cierto vieron en el costado del vehículo aquel caballito al galope que se llamaba mustang.
Manuel se rascó la cabeza. Si ahora iba a casa del Rulo y resultaba que el Rulo no había vuelto, entonces Julieta se iba a preocupar. Pero si no iba y lo buscaba por otras partes, estando nomás en su casa, entonces iba a ser él el preocupado… Decidió volver a su casa y consultar con la flaca… Cortó por el montecito del inglés y el sendero de la víbora muerta hasta embocar la calle ciega de las Bronté desde donde se ve el techito de una sola agua de su casa asomado sobre las ramas de los aromos del Toba. Por allí mismo pasó sabiendo que él era la única persona a la que el labrador del Toba no atacaría jamás, porque eran amigos.
Los encontró de gran charla, a la flaca y al Rulo.
-¿Dónde te largaron?
-En el mismo lugar.
-¿Cuándo?
-En seguida.
-Pero si yo vi que te llevaban!
-Me tiraron por un caño por el que iba a toda velocidad y después…¡caí en el mismo lugar!
-¿Quiénes eran?
-Dos eran milicos conocidos de aquí, pero adentro del auto no había nada y cuando caí en la calle ya el auto no estaba y vos te ibas perdiendo entre los árboles.
-¿Y por qué no me gritaste?
-Estaba tan asustado que no podía ni hablar. Me senté en el suelo y creo que hasta lloré!
-Bueno, me alegro.
-¿De que me haya pasado eso?
-No. De que hayas llorado.




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