Bajo el enmarañado de aquella oscura carpa de ramas y hojas que detenía la luz de la luna Manuel tomó la mano de Magdalena y empezó a hablar. No quería perderla ni perderse él por el camino de la ambición. Quería seguir siendo el que siempre había sido, el pardito Manuel, el hijo que la Margarita tubo de alguno de los negros que conoció en las llamadas, el que jugaba bien a la pelota pero sólo por divertirse, el que siempre tenía un chiste para caer en gracia, el que sabía cómo…¡No quería volverse un cagatinta! Un señor panzudo que todos escuchan aunque diga pelotudeces. Un tipo de esos que andan en buenos autos y toman whisky en el club mientras su mujer espía al jardinero por la ventana. No quería se un político amargado por no poder hacer lo que todos esperan, ni lo que prometió, ni lo que quisiera, ni nada; a no ser hablar en la televisión y consolarse con la importancia que todos le dan y el coro de alcahuetes que siempre le rodea.
El quería ser Manuel, el compañero de la Magda, aquella pardita flaca que jugaba en la calle con los gurises mientras la madre la volvía a llamar por las dudas, no fuera cosa… Que se conocieron otra vez de grandes, cuando había vuelto de Atlántida y la blusa se le levantaba a los lados pidiendo buenas manos para la caricia, que se habían reconocido a gatas en el comité de base, entre medio de las consignas y las juntadas de firmas y las discusiones que empezaron a ser cada vez más cortas cuando ellos se rajaban a lugares como este a conocerse primero y a quererse después….
-Pero ocurrieron cosas..
-Sí. Pero y si nos fuéramos lejos… a algún lugar que nadie sepa?
-Parece que siempre saben por dónde andás…
-¡Es por los guijarros! ¡Estoy seguro que es por los guijarros! ¿Y si los devolvemos?
-¿A quién?
Manuel comprendió enseguida que no era posible pararse a esperar una bola con la bolsita en la mano.
-Al que me la dio… Yo no la quiero más.
Magda no sabía que decir.
-Vamos a buscarla ahora antes que termine de aclarar. Después… me acompañás a dedo hasta Guichón?
Partieron apurados a los tumbos por la arena de los médanos más altos, buscando el camino más corto y viendo cada vez más claro que muerto el perro se acababa la rabia. Llegaron al caserón de los Dogones y se precipitaron por la ventana que habían dejado abierta, justo frente a la biblioteca de Ernesto que en ese momento era revisada por Mandinga.
-¿Qué hacés?
-Ernesto me habló de un libro que…
Manuel se enrojeció por dentro. No se pudo contener.
-Mentira. Andás buscando las piedritas!
Magda pellizcó el codo de Manuel para que le mirara el gesto que estaba haciendo para decirle que se callara, que ahí tenían un método rápido para deshacerse de las benditas piedras!
-Aunque… ¿Te las querés llevar…? Te las regalo…
Mandinga giró y traía una bolsita de gamuza pendiendo de sus dedos y una ancha sonrisa entre sus labios.
-Con la condición de que la lleves lejos…
-¿El regalo de tu abuelo?
-Que se vaya a cagar mi abuelo! No me está diciendo toda la verdad!
-En realidad en esta bolsa están las cinco piedras que yo le di a tu abuelo cuando él tenía la mitad de tu edad. Después él aprendió a agrandar el juego…
-Claro… Vos eras el linyera.
-Sí. Y Abelardo fue el único gurí que se animó a hablarme mientras yo atravesaba su pueblo fingiendo no verlos con la mirada alta como de quien sabe para donde va. Me preguntó por qué yo tenía ese aspecto tan extraño e impresionante….palabra más o menos. Bueno…yo se que para ustedes siempre tengo aspecto impresionante, pero esa vez lo venía exagerando para llamarles la atención. Porque sabía que para que uno se animara no sólo debía estar muy curioso sino estarlo tanto como para vencer el miedo que al mismo tiempo iba a sentir. Ese era mi método para encontrar al más valiente…o al más curioso, que a veces es el mismo… Así conocí a Abelardo Goiticoechea tu abuelo, y le enseñé a fabricar los guijarros –objetos les decía yo- a partir de una piedras informes que yo había sacado de una estrella oscura de Sirio.
-¿Y para qué querías enseñarle a hacer eso?
-Le dije que nos íbamos a comunicar por ese medio y que así le iba a enseñar muchas otras cosas, pero que tenía que mantenerlo en secreto… Las piedras…
-¿Y qué ganabas vos con enseñarle esas cosas?
-¿No es obvio? Yo buscaba y promovía a todas las personas valientes que se atrevieran a pensar y decidir por si mismas sin importarles la opinión de la gente del lugar. Esos son mi predilectos porque entre ellos están las únicas personas que pueden poner en duda al dios dominante… Pero además porque yo también acostumbro a poner en duda todo aquello que se me ha enseñado y, a pesar de las diferencias, me llego a identificar con cualquier ser que sea esencialmente rebelde.
(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)
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230: NO QUIERO SER UN CAGATINTA
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