Ya que estaban, una taza de té, entre los dos en la cocina. O café si no era su costumbre o cualquier otra cosa. Sí, por ejemplo vino, podría ser un vasito de uno que tenía en el armario. Ha de ser este. Tannat para tomar uruguayo… y capaz que te acompaño, mientras me seguís contando aquella historia tuya de cuando te fuiste de la casa de tu tío. ¿Qué hiciste, solo, adónde fuiste?
Dengue levantó el vasito de vino a tres cuartos, por delante de su cara risueña, ocultando la mirada de Ernesto frente a él. El vino es el vino, rojo de siempre que te calienta las tripas hasta en un rincón contra una pared. Se puede vivir sin él, sí, se puede –pensó sacudiendo un sí con la cabeza que parecía corresponder al brindis que Ernesto acababa de pronunciar sin que nadie le atendiera. Sintió el cling niquelado que los vasos hicieron al entrechocar, y la risa de Ernesto y la mano sobre su pierna que… Pero ahora se separaba y quedaba sentado en la otra punta de la cama como esperando…que
-¿Te acordás que me contaste hasta que te fuiste de la casa…?
Era eso. Historias… Mis historias que cambio cada vez que voy viendo como cambia la cara del otro. Ja ja! Pero en serio que tienen razón, que tuve una niñez de mierda. A nadie le pasa. A mí. Y aquí estoy, tomando este vinito que me tenía desesperado de ganas y por contarle la historia de mi vida a este hombre que no sé quién es pero me trata muy bien
-Bueno…
Claro que tengo que acordarme lo que le conté en el cumpleaños de Manuel, no sea cosa…Pah! Y le conté que allá me… ¡El vino! Mi compañero que dos por tres me jode! Otra vez.
Tomó otro trago casi hasta el fondo y cuando hizo ese movimiento con la mano, ese gesto que brotó de un pensamiento instantáneo, una luz que le hizo ver de pronto toda le escena como filmada de nuevo, cuando lo hizo, ya estaba cambiado el dial de la sintonía y Dengue sonrió.
-Para qué querés que te cuente esa historia…es muy triste. –sonrió con su amplia boca- Contame vos.
-¿Qué te podría contar yo?
-De cuando eras chico…
-En esta casa –Ernesto levantó los ojos para recorrer el techo y mucho más allá.
Dengue se imaginaba que lo que le iba a contar Ernesto iba a ser una sucesión de fiestas y regalos y comidas de helado.
Ernesto temió de pronto que algunas cosas de la vida de su familia pudieran lastimar a Dengue y decidió estar alerta con cosas que parecieran valorar demasiado la riqueza o la ostentación
-Éramos cinco hermanos con mi padre en esta casa. Cuando me acuerdo más claro ya mi madre había muerto. Mi padre estaba loco, o se había quedado al enviudar, como decía mi tía. Y como era loco…hacía toda clase de locuras. No tanto que nos castigara físicamente, que lo hacía, pero nos castigaba mucho más con sus actitudes extrañas. Un día decidió volverse al brasil con nosotros. Yo tenía diez años, volví a los treinta.
El Dengue sonreía de una manera casi tonta. Nunca había imaginado que una persona mayor se pusiera a contarle su vida. ¡Le estaban contando la vida de otra persona! Porque él se daba cuenta que aquello no era la novela. O una de esas cosas que se cuentan en el parador del Pichi, frente al mostrador, en voz alta para que todos se enteren que taita que es el tipo. La verdadera vida. Esa que sólo nos contamos a nosotros cuando nos vamos a dormir.
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237: EL VIEJO VINO
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