Cuando llegaron a la cocina pudieron seguir el rastro sinuoso que en el aire el café había dibujado con su aroma. En el patio casi se perdía, pero ya entrando al aljibe parecía todo lleno de café y hasta de tostadas con manteca y mermelada. En la caverna Dengue servía las tazas y Margarita comentaba las noticias de la tele que había mirado hasta tarde. No faltaba nada, sólo sentarse, como lo hicieron, Mandinga el último apenas sobre sus talones para no quedar más alto, con Ernesto a la izquierda, todo de blanco y Margarita a la derecha. Después de Ernesto Dengue, Manuel y Magda. El Cholo cerraba la rueda.
Con una tajada a medio morder Manuel preguntó a Dengue cuántas botellas se precisaban para construir diez bolas. Dengue no lo sabía. No habían contado las que emplearon para hacer una. Cholo propuso calcularlo pensando que una botella anda por los treinta centímetros de alto y diez de ancho, con una tira de un centímetro, treinta vueltas de treinta centímetros serían nueve metros.
-Pongamos ocho.
Dengue había trenzado seis cuerdas de cinco metros y cuatro de dos y medio. Cuarenta, que con trenza de 32 tientos…
-¿Dengue, cuanta tira te llevaba hacer un metro?
Tampoco lo sabía así que Cholo empezó de nuevo por la estimación de la cantidad de viajes que habían hecho con el carrito y de cuantas botellas vendrían en cada uno. No fue fácil pero dejó un saldo de unas 800 botellas utilizadas que ahora llegarían a las 8000. ¿Habrían 8000 botellas vacías en Lagomar y El Bosque?
Mandinga se atoró con el café y salpicó el blanco pantalón de Ernesto.
-Perdón –se disculpó- no pude evitar imaginarme cuando necesitemos fabricar mil bolas.
Cuatrocientos metros de alambre de acero. Veinte litros de laca nitrocelulósica. Diez carritos de diarios y revistas y veinte quilos de harina.
-Eso sale plata!
Un gesto de Ernesto le hizo saber que ese no iba a ser el problema por ahora. Y era cierto. Aunque nadie lo supiera Ernesto Federico había recibido una cuantiosa herencia en los últimos tiempos y le restaba por gastar algo más de la mitad sin contar la plata separada para la restauración de Los Dogones a su exacta condición de 1956, el año de su nacimiento en Caxias do Sul…
Pero Manuel estaba hablando de los Maquis de San José de Carrasco, los más próximos resistentes que deberíamos invitar a formar una alianza y conseguir entre ellos algunos pilotos más.
Entonces recordó Ernesto que no les había dicho que a medianoche había aparecido Trum Urum con otro mensaje de esos Maquis, pidiendo reunión urgente. Claro! –pensó- ¡El ya lo sabía!
-Mientras tanto podemos ir juntando los materiales para hacer las bolas.
(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)
narrativa
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233: LA MULTIPLICACION DE LAS BOLAS
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