-Perdone, creí entenderle que me invitaba con una tasa de té, vecino. Pero no es nada de todas maneras debería revisar esa cornisa que se ve muy rajada no vaya a ser cosa que se le caiga encima a usted mismo o a algún vecino. Yo tendría que mandarle a los bomberos, no sé si me entiende, porque está entre mis obligaciones la prevención de accidentes u otro cualquier daño que puedan sufrir los ciudadanos.
-Yo soy brasilero.
-No, enriéndame, no es que se los vaya a mandar, que aunque sea mi obligación, eso le acarrearía un sinfín de complicaciones. Ni que decir que hasta que se hicieran las reparaciones nadie podría vivir aquí. Yo sólo quiero, justamente, colaborar con usted y le puedo indicar, porque algo se de esto, cuales serían las reparaciones más urgentes.
-¿Es albañil?
-Je je, no albañil no, mi padre era constructor… Déjeme ver, a ver el estado de los cielorrasos. –Y ya se metía al salón lateral, el más deteriorado no sólo de arriba sino especialmente de abajo, las tablas del piso estaban… Bueno, fue allí que el comisario fue a meter la pata en la parte más podrida consiguiendo que le hundiera hasta la altura del tobillo, rasguñándose todo y quedando atrapado por pretender mirar el techo con un ojo y el resto del espacio vacío con el otro.
Ernesto con toda sorna le reprochó el deterioro producido en su piso y le preguntó si no sabía algo de carpintería de obra. Pero sin esperar la desconfiada respuesta del jerarca pasó a exponer el porqué del mal estado del inmueble, que según la explicación no se había debido al paso del tiempo ni la falta de mantenimiento, como cualquiera hubiese pensado, sino a una antigua maldición que pesaba sobre el lugar y que él aun no había atinado con el medio para neutralizarla.
-Ya cuando se cavaron los cimientos, allá por 1955, murieron dos de los peones y el arquitecto se quebró una pierna.
-¡Pobre hombre!
-¿Y los peones?
-Los peones también, claro.
Ernesto miró a Dengue con intenciones de coordinar futuras acciones como la de deshacerse del pelmazo ese que se las daba de listo y que pretendía recorrer la casa para cerciorarse que allí no se estaba dando alojamiento a elementos inadaptados de esos que de buenas a primeras suelen transformarse en brutales asesinos seriales o lo que sería peor en peligrosos terroristas tipo 11 de septiembre. Por lo pronto hablarle tonterías y no dejarle meter bocadillo hasta lograr que de puro embarullado sintiera deseos de volverse. Dengue ayudó a su manera que fue imitarse a sí mismo cuando estaba mamado y se le daba por contar historias tristes . Lo hizo bien. Sin interrumpir la perorata de Ernesto sino poniendo su gangosas palabras justo en el punto en que Ernesto necesitaba hacer la pausa para respirar.
El comisario retrocedió. Estaba claro que no era allí que vivía Manuel. El polvo del piso indicaba algunos zapatos pero un solo champión, seguramente del Dengue. Se vio el respaldo de una silla y la punta de una cama destendida. En la casa sólo estaban el dueño, hombre de color y basta fortuna y ese negro que se revuelca borracho por cualquier lado. Faltaba más!
(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)
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236: DOS MUERTOS Y UN QUEBRADO
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