lunes, abril 02, 2007

258: LAS BOLAS NO SE ENTREGAN

Pasada la medianoche se quedaron dormidos sobre los colchones en el piso. Ahora la señora luna empujó las cortinas y entró silenciosa a alumbrar de blancura el par de cuerpos dorados. Esos senos perfectos, redondos y suaves al alcance todavía de la mano varonil que indolente descansaba acariciando el ombligo. El perfil del muchacho, broncínea moneda imposible de repetir. Las rodillas dobladas de ella. La otra mano en el pubis, la sonrisa satisfecha compartida hasta en sueños… Todo lo iluminó, lechosa luz de paso quedo, almohadonada en el cri cri de los grillos, para no acallarlos ni molestarlos y proseguir su recorrido, allá por sobre las copas de los pinos y más allá en las colinas y los campos, los árboles y las casas solitarias, invitando a la blandura.

Ellas en cambio, habían discutido y ofuscadas se acostaron en sus distantes y demasiado altas camas. Que odiaban, como odiaban las agujas de crochet y los huevos de madera que se habían usado para poner dentro de los calcetines al zurcirlos. También las cortinas floreadas con festones y las bolsas de agua caliente con fundas acolchadas. Todo eso que siempre les había rodeado y que sin querer reponían mucho antes de que se gastaran, como queriendo conservar todo en el estado primero que habían conocido, sin que pase el tiempo, para que aun sea temprano para empezar a caminar.
Habían discutido por el muchacho, esa era la verdad. Flori lo sabía tanto como Juve que no quería reconocerlo, en cambio Juve quería escribir la escena con tantos detalles anatómicos, que ella…a ella le daba un poco de vergüenza, pensando que eso se iba a publicar aunque fuese en España, y que el señor Tuque les hubiese escrito esa carta solicitando más sensualidad y nervio. (¡qué viejo pajero!)
Aunque bien considerado, ellas vivían de eso y como firmaban todo con ese seudónimo espantoso que les había enchufado el viejo, como si fuera creíble que una bailarina de un salón del lejano oeste, –Loreley-, se pusiera a escribir una novela ambientada en una mansión de Béverly Hills del siglo 21. Podría ser divertido después de todo, porque ella se sentía capaz de expresar muchas cosas con el más directo de los lenguajes, si se quiere, ese lenguaje prohibido por estar compuesto por todas las más deliciosas palabras que se hayan inventado, las palabras mágicas, que no solo son palabras sino que son las cosas que designan, que hace que quien las oye las huela, las guste sobre la lengua, las sienta… Mañana se iba a reconciliar con Juve.

Los despertó el Dengue con sacudones y voces a medio tono para decirles que había llegado Pepponne diciendo que la intervención era imparable si no entregaban al menos una bola diciendo que era la única e inventando alguna mentira creíble sobre el origen de los planos.
Manuel saltó del colchón por segunda vez en la noche, en busca de los vaqueros y la remera.
-¡Las bolas no se entregan!

(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)

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