miércoles, abril 18, 2007

273: LA ALHAMBRA

Levantó la cara de las tetas y le dijo a la Flaca que sólo quería ser dibujante. Le susurró que sería feliz dibujando un personaje propio pero que la historia la tenía que inventar el propio personaje, después de nacido, inventado, cuando ya se le conoce la cara y algunas otras cosas, porque…no se puede andar inventándole vidas a los otros!

La flaca se rió sobre el beso que le estampó en la boca al increíble flaco de siempre que otra vez la encantaba, transportándola en una alfombra mágica sobre la Alhambra y el cielo azul profundo de una noche con enorme luna en la que era sostenida por el príncipe en sus brazos duros como el acero. Te creo todo…-contestó después con esa mirada que se le metía en el cerebro a Manuel y lo hinchaba permitiendo cambiar el aire y que entrara la luz. Me cree. Porque lo dice eso que hay atrás de sus ojos. Me cree pero por amor. Y uno no sabe cual es lo más lindo, si el engaño por amor o la confianza en vos. Aunque no soy yo quien la engaña ni me conformo con la confianza, si no tiene un poco de ese fuego que me viene de tus ojos, amor. Entonces sí, podemos bailar valses si eso te gusta, los dos cuerpos desnudos, como siempre estuvimos entre nosotros.

¿Cómo te podría negar el fuego si me estoy quemando?

No me lo niegues…

No te lo pienso negar, porque no puedo.

Hecho!

Al otro día la ventana del dormitorio volaba su cortina a un luminoso día sobre los pinos del derredor. El aire traía perfume de pan recién horneado. Algo tenue como la leve coloración azulosa que la luz venida del cielo le daba a la pared cada vez que la cortina se levantaba. Porque el sol iluminaba la cortina con rayos dorados que no llegaban a la pared y…(Se entiende?) Pero eso nadie lo iba a notar y hasta capaz que es falso. Un embutido. Pero es parte de la escena, sólo una parte, como quien dice la iluminación y el telón de fondo. En el primer plano restaban ellos, desnudos y dormidos sobre un enjambre de sábanas en posición de haber caído durante un extraño valet, aniquilados por la envidia de los dioses.

El desayuno golpeó la puerta. Era Julieta muy bromista que invitaba a las tostadas con manteca. Se fue sin otra respuesta que bostezos apagados y risas.

-Ya vamos –dijeron después, acompañando los pasos que se iban sobre el piso de madera, hasta la cocina donde estaban todos sosteniendo tazas de café como si fueran funcionarios de una gran empresa, con cascos puestos visitando la planta. No eran yanquis, sino pobladores del tercer mundo, según se dice…

La puerta, que era de vaivén, se abrió de golpe a las miradas risueñas que levantaron en upa las tazas apenas al nivel de las bocas. Apareció una cafetera y una jarra de leche, también dos tazas y un plato con mermelada sobre las tostadas de pan viejo remojado. La manteca con su cuchillito propio, faltaba más, aunque no hubiera mucho para poner encima…

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