Desde aquella altura luminosa que habían alcanzado partieron como un racimo de saetas en dirección noroeste. Eran las exactas diez de la mañana. Quince minutos después eran avistados por el primer habitante de Quebracho, una señora que en el fondo de su casa quitaba algunos yuyos del cantero de la quinta y que por esas cosas, levantó en ese momento la vista a aquellas nubes que parecían presagiar tormenta.
-¡La puta! –comentó la doña, enderezando la cintura pero sin mover la vista un grado de aquellas pelotas que venían bajando- ¡Voy a llamar a Julito!
Julito saltó el tejido y dando voces de “Ahí vienen” fue a buscar a su vecino que nunca encuentra el largavistas cuando se ven las luces. Pero el Berto ya salía con el aparato en las manos y se pusieron a tratar de graduarlo a medida que la bandada de bolas se les venía encima, más rápido que la graduación. Atrás salió la Jolie acomodándose la ropa con que ya le iba a avisar a su hermana que vive a dos cuadras y a todos los que fuera cruzando, pero no le dio el tiempo. Las bolas estaban encima de ellos y se habían puesto a hacer como una ronda que iba dando vueltas lentamente. Se quedaron con la cara para arriba mientras los de la parte alta bajaban embobados por las calles sin saludarse ni hablar. Hasta que se juntó medio pueblo o tres cuartos. Entonces las ocho bolas parecieron descender unos cuantos metros y se comenzaron a alejar lentamente hacia el campo abierto. … Atrás iba la gente. Abandonaban sus casas y sus críos por venir caminando hacia un fatídico destino o algo así, porque algo como hipnotismo los dominaba. Sería la forma redonda bastante prolija que lucían las bolas en el aire, algo ancestral implantado en nuestras mentes por experiencias de nuestros antepasados? Lea el próximo capítulo, pero por lo pronto el espectáculo duró media hora y fue terminado con un especie de saludo que hicieron las bolas antes de pederse vertiginosamente entre las nubes.
Sobre Paysandú fue distinto, la gente parecía andar muy ocupada, pero de todas formas pudieron arrastrar varios miles de personas hasta la Plaza Constitución donde algunos muy nerviosos se pusieron a cantar el himno. Al rato cayeron las cámaras de la TV y enredaron cables entre las patas de la gente. Todo improvisado! Y la policía que no viene… Alguien hizo sonar una alarma que hacía como no se cuantos años que no sonaba. El carro de los bomberos salió del garaje a toda velocidad sin saber para dónde. Los perros aullaron. Los pocos espiaron entre las tablitas de los visillos. Los muchos miraron aquello y dijeron aaahhhh.
Siguieron para Fray Bentos y Mercedes con tiempo para llegar antes de las dos de vuelta y a tiempo para comer algo que tal vez Margarita con Julieta y la ayuda de los otros les hubiera preparado.
(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)
narrativa
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277: HIMNO Y PATAS ENREDADAS
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