Por fin se fueron retirando, Toba primero, convencido de que nunca iba a entender a la gente, y después las hermanas, que tras pedir terceros perdones por haber creído a los comentarios y corroborar que en efecto en la casa de los muchachos no se celebra ningún culto, les recordaron que ellas estaban a la disposición para cualquier cosa que necesitaran y se fueron.
Se fueron juntas, cloqueando impresiones por lo bajo y no viendo donde ponían los pies. Estaban de veras urgidas por llegar, en la casa les esperaba la vieja Rémington, la silla giratoria con el almohadón donde hoy le tocaba a Juve sentarse abajo, para que las manos de Flori llegaran a la altura del teclado de la máquina que habían tenido que apoyar en el estante del armario. En la mesa del comedor no, no era el ambiente adecuado. Tan… si se quiere victoriano para ellas que eran modernas. Tan modernas que ahora iban a escribir la escena más sensual que se pudiera haber escrito. ¡Ellas se atrevían, aunque se reconocieran temerosas eran a la postre unas audaces! Como lo habían sido siempre, las más temerarias del grupo de las muchachas del colegio. Una escena donde iban rellenar las partes que no vieron, pero escucharon, con lo que fácilmente ellas se podían imaginar. Lujuria de la mejor en aquellas penumbras a las que ellas con la palabra le iban a poner luz y maquillaje adecuado para que en vez de ser el vecino Manuel fuese el musculoso jardinero que noche a noche se trepa por la soga hecha de sábanas hasta el balcón del dormitorio de la joven Ifigenia que finge dormir y sorprenderse como todas las veces que Sorel la viene a poseer.
-Esperame Juve, no me lleves de arrastro. Me estoy quedando sin aire!
-Es tu imaginación Flori, la que no te deja respirar.
Mientras tanto Manuel y Magdalena recuperaban el tiempo perdido en pamplinas y le daban a los cueros repicando en todos los ritmos y bailando ese candombe eterno que nunca va a dejar de sonar en los oídos. Con tesón y entusiasmo. Con corazón. Con costillas y pezones y talones y miembros que se horquetan resbalando en el sudor. Con el aliento que se ensancha más y ese reflujo desde la garganta queriéndose tragar el aire que ya no está. Con la sangre circulando por debajo de la piel. Con ganas.
En su despacho Mujica explotaba de rabia por que ahora había desaparecido Pepponne, los del norte estaban más enterados que ellos en el gobierno y los loquitos de Lagomar se estaban haciendo los estrechos. Tres granos en el culo para un hombre que ya tiene muchos sarandices cortados. Agarró el maldito celular y a dedazo limpio lo sacudía tratando de marcar sobre esos botoncitos minúsculos una secuencia de números que acababa de averiguar. No pudo. Llamó al otro secretario. Cecilio Nomeacuerdocuanto. –Le gritó su nombre de pila y el otro contestó desde atrás de la puerta. Ya voy. Me marcás este numero en este teléfono? Y puede ser…¿Puede ser o no puede ser? Se lo marco como no, si usted me lo permite, de otra manera…Andá a cagar! Che hoy se levantaron todos graciosos? Esto en un cague de risa pero el boludo de Pepponne se ha desaparecido! ¿Llamamos a la policía?¿Para qué? Y bue… inteligencia está copada. Y estos no sirven para un carajo. Tendríamos que organizar algo propio. Ya lo hicimos… ¿Y…? Estamos en conflicto con ellos.
(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)
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257: LA SORPRESA DE IFIGENIA
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