En la computadora había un mensaje. En la agenda, el mismo lugar en que habían aparecido los versos de los Maquis de San José de Carrasco. El mensaje decía:
“Magdalena, no me hagas caso por una vez. Hay un mensaje en la casilla.”
Magda automáticamente llevó la mano al celular que tenía fijado al cinturón. Se detuvo al pensar que el aparato no había sonado, que… ¿quién era el que le decía eso?
Ernesto captó el por qué de la duda.
-No se refiere al teléfono…
-Claro…-miró a los lados, con disimulo para calibrar cuantas y cuales personas los rodeaban.
Ernesto se levantó y fue hasta la pequeña biblioteca y desde detrás de unos libros extrajo una bolsa de gamuza.
-Tomá. En la cocina podrías estar tranquila para hablar.
Magda asintió con la cabeza, enfiló para la subida en 45, subió eso y también la escalera del aljibe. Llegó cansada a la cocina, pero sin detenerse volcó los guijarros sobre la mesa y se agarró la cabeza con las dos manos para ponerse a pensar. ¿Cómo era que se manejaban estas benditas piedras?
Se le representó la película de cuando Manuel las colocaba sobre el tablero. Lo hizo con total precisión y las piedras comenzaron a bailar ¡sin que ella tuviera un papel y un lápiz a mano! Pero tuvo un flash de memoria visual que le hizo mirar el estante, junto al microondas, estirar la mano y atrapar los elementos que necesitaba. Ya estaban cambiando. Apuntó de memoria lo que había visto y siguió sin preocuparse por saber lo que decían los bailes. Cinco minutos y fuera. Ahora sólo faltaba traducir…
El esfuerzo fue mayor pero al cabo de un rato tenía el mensaje escrito sobre una nueva hoja:
“Es imperioso que armen una bola según las instrucciones que les mandé por error. El rescate de Manuel depende de eso. Nosotros con Germán hemos quedado aislados en una especie de gueto de siete dimensiones menos una (otro día te lo explico) y la bola de Germán era la que derribaron con Mandinga adentro. Hagan todo lo que puedan! Yo les voy a mandar los planos que les faltan.”
Magda todavía estaba mirando el papel, pensativa y agotada, cuando cruzó Ernesto corriendo de largo para su estudio. Volvió enseguida con una cámara en la mano tropezando con todo y gritando.¡Tenemos los planos!
-¿Dónde estaban?-preguntó Magda.
Ya Ernesto trepaba el brocal del aljibe cuando grito:
-Están en el aire, como el sargento. Vení a verlo!
(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)
narrativa
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186: Un Gueto de 7-1
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