domingo, agosto 20, 2006

45 - La Señora de las Blancas Tetas

A la madrugada se levantó fuerte viento, cayó un chaparrón y la temperatura bajó veinte grados en una hora. Puertas y ventanas se golpeaban y mientras Manuel seguía durmiendo en brazos de Magdalena, las pinochas jugaban carreras por el piso, entraban bolsas infladas por el viento y arena, mucha arena que le golpeaba por el costado de las costillas y resbalaba hasta la sábana y de allí al piso, donde iba formando pequeñas dunas sobre los championes y los calzones… No, sobre los pezones no, que se mantenían entre los cuerpos dormidos y cálidos… Templados, normales de temperatura… de ese lado. Porque del lado de la espalda de Manuel soplaba un céfiro helado que…lo despertó. Se levantó y, tapando su flaca humanidad con el abanico de sus manos, fue a cerrar la puta ventana del oeste, que otra no había, y estando en eso, no pudo evitar ver que allá enfrente de su terreno, en ese preciso momento de detenía una camioneta bordeaux doble cabina. En un grito estuvo de nuevo junto a la cama.
-Flaca, despertate. ¡Me vienen a buscar los milicos!
-¿Qué?
Pero Manuel ya trotaba descalzo para intentar el cierre de la puerta de entrada que logró apenas cuando ya las visita golpeaba las manos allá en el pastito de enfrente. No se detuvo. Restaba la puerta del fondo y corregir el cierre de la cortina para que no le vieran y volver junto a la flaca quien aún se resistía a la vigilia revolcándose entre las sábanas en busca otra vez de un cuerpo que abrazar.
-Están golpeando, Magda!
-¿Quién te golpea?
Manuel no quiso corregir el error de la flaca, que ni tanto era un error pensar que se sintiera golpeado, ridículo niño tomado de las polleras de su madre. Buscó sus ropas y se comenzó a vestir. Mientras tanto, afuera los llamados arreciaban.
-¡Ya va! – Gritó de mala gana una vez asumida la necesidad de dar la cara al seguro vendaval de reproches por lo menos, cuando no de reclamos por los daños o… -¡Conque no venga armado el tipo! –pensó mientras ya tiraba de la puerta hacia adentro, un poco, lo suficiente como para asomar la bocha.
-¿Síiii…?
-¿Es aquí lo de Manuel, un muchacho que…?
La señora de las blancas tetas se hallaba a medio camino desde el pastito, sonriendo casi humilde y levantando apenas un tacon de aquellos zapatos finos y una mano, como en delicada danza, que no se sabía si estaba haciendo un saludo o señalaba algo que viniera cayendo desde arriba.
-Hola Manuel.
-…hola…
-¿Tenés hecho el presupuesto?
-¿Qué…?
La señora de las blancas tetas sonrió conmovida por la inocencia de Manuel y Manuel por haberse equivocado y sentir un poquito de vergüenza que se le vino a la cara. La señora de las blancas tetas quiso reparar el error de haberlo puesto en evidencia y por eso se acercó un par de pasos menos uno, que retrocedió Manuel.
-Si querés vengo en otro momento…
-¿Por qué…?
-Por el presupuesto, digo.
-Ah, bueno… mejor… Yo estaba en la cama.
-¿Enfermo…?

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