Quedate a comer,-dijo Julieta. –Tengo fideos que ya están calientes.
Manuel se quedo y las conversaciones siguieron pero él, no lograba abandonar el tema de los sueños olvidados porque como lagartijas eléctricas se le seguían presentando y desapareciendo sin dejarle en la memoria más que una fugaz imagen, y a veces ni siquiera. Así, tal que si estuviera borracho, perdía una a una la línea de cada conversación, y eso se estaba notando.
-¿Te pasa algo?
No le pasaba nada –aparte de eso- y se sentía muy bien, como siempre allí, aunque…Otra imagen se le presentaba ahora! Un puente. Un enorme puente iluminado, visto desde un extremo. Real, como si de veras lo estuviera viendo! Pero nada más. Si era aquello otro sueño, el resto se había borrado o escondido en la oscura covacha donde los sueños se pierden y al cabo de instantes, otra vez la duda de haber visto algo o entrevisto ya que poco a poco hasta aquella primera impresión palpable y evidente se escabullía y borroneaba hasta la desesperación. ¿O acaso eran juegos de su imaginación desborda que le llevaba por esos caminos confusos a perder el sentido de lo que se hablaba y de todo…? Porque tenía la sensación de que el Rulo algo le había preguntado justo cuando él partía de este mundo tras esas fugaces visiones y ahora…él volvía a prender la luz de su entendimiento cuando la pregunta ya había sido dicha y entre las caras del Rulo y la Julieta y la suya propia sólo quedaba un silencio que era la esencia de toda pregunta, flotando en el aire a la espera de una respuesta…entonces…Sonrió. Sonrió como ellos, con el Rulo, hacían de chicos. Porque entre ellos se reían de una manera especial que sólo ellos entendían cualquiera fuera la situación y el tema. No se equivocaban y no se equivocó tampoco el Rulo esta vez al tomar aquello a broma.
-Estás cada vez más boludo!
Manuel también se rió e iba a continuar la chanza cuando de pronto vio que el auto rojo se le venía encima como a 200 quilómetros por hora del lado que no podía venir y crash!! El ruido de sus huesos que se quebraban y el vértigo de la curva vertiginosa que describía su cabeza por el aire y zas! El esqueleto que se estampa sobre el cemento de la calle Corrientes…! Todo eso en un instante y frente a los ojos del Rulo y la Julieta. Es decir, toda la vuelta espectacular que habían hecho las piernas de Manuel volando en semicírculo por encima de la mesa y cayendo todo él a lo largo de la distancia hasta la puerta, horizontal y extendido de brazos como pronto para la cruz.
-¿Qué te ha pasado?- preguntaron ambos sobre la cara inconsciente de Manuel en el piso, pero de ojos abiertos, lastimeros y piadosos, como un cristo mulato a la espera de la salvación humana.
La mente de Manuel se había ido como gato disparando al cascotazo. Había saltado varios muros sin fijarse en lo que pasaba en los patios y penetrado ventanas encendidas por sobre camas destendidas y sábanas en movimiento. Había merodeado callejones temerosos donde restan almas sin amor, incapaces de morir pero impedidas de vivir, donde los gatos pisan con hambre y se relamen las flacas y refilosas uñas deseosas de tejidos y tendones para desgarrar. Saltado como conejo entre nocturnos canteros de parques públicos, poblados de parejas en amor y visto por fin a los niños mamando las tetas de sus madres. Hasta que de pronto allá abajo estaba la casa del Rulo Pereira de Lagomar-Norte y en su interior el Manuel, a quién era menester reanimar y volver a poner en servicio activo…
Lo primero que vio Manuel fue la cara de Julieta, grande como el cielo, curvada por la lente y borrosa hasta que él pudo ajustar el iris y llevarla al foco. Ella supo de su vuelta al toque y dio lugar a que se sentara, que se enfrentara vivo al desolado Rulo, casi viudo de primo, que contenía a gatas las lágrimas y miraba todo desde el lejano ángulo de la fatalidad.
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