Después del apretón de manos el Pepe salió al patio y se perdió entre abrazos y preguntas candentes. Manuel recuperó su bicicleta y pensativo se fue apartando hacia la calle. No sabía qué pensar de que el Pepe dijera que no le conocía de antes. Le ofrecía ayuda. Pero, ¿qué ayuda? ¿Un siquiatra? Le iban a recetar pastillas para pensar, para dormir. Para ser inteligente?
Llegó a avenida Italia y trató de apurar la marcha, ya eran más de las seis, se venía la noche sobre el cielo y en su casita de Lagomar tal vez no hubiera comida. Pan duro sí, y con suerte algo de arroz…también dos huevos que la Magda no había querido comer, pero mejor cambiar el tema. El estómago le empezaba a protestar a cada comestible que pensaba. Ahora tenía una duda nueva que se le acababa de ocurrir. Involuntaria. Como las dudas que tenemos aunque tengamos la cabeza rota, siempre, porque igual pensamos, aunque pensemos mal, y seguimos siendo humanos aunque llenos de dudas o creencias de saberlo todo, cuando no sabemos nada…¡Poner una pastilla en tu cabeza para que te haga pensar bien! ¡Andá a cagar! Mejor un porro. Una pastilla se pone para matar mosquitos, o correrlos, porque…no se han de morir, como los pensamientos que, no se han de morir, se han de ir para otro lado a esconderse –se imaginaba a los pensamientos temblando escondidos dentro de un ropero, o a los mosquitos. Son iguales. Pero su duda de ahora no era por ahora sino por después. Cuando él llegara a Lagomar. ¿Llegaría en el momento de su huida del tipo que lo quería reventar por el rayón que le había hecho en la camioneta? Milico maricón que le tendría que haber rayado más la camioneta, habérsela rayado toda, de punta a punta y que se fuera a quejar a Magoya…¿Llegaría en ese momento? Porque esta vez no era igual. El volvía por sus propios medios y el tiempo que había andado dando vueltas, aunque fueran involuntarias, había pasado y ya eran dos días después. Así que…El bigotudo se habría matado buscándole… ¡Pe-lo-tu-do! Ahora toda la situación le empezó a parecer muy cómica, porque…después de todo él había estado en más de un lugar al mismo tiempo, había hablado con el presidente argentino y con el Pepe Mujica… Había viajado gratis en las bolas a una velocidad que ni los aviones… ¡Eso sí! ¿Y si no era más que una enfermedad, una locura que venía avanzando y después ya no tiene cura? Quedaría todo el tiempo loco. Pensando con pensamiento de loco, pensando locuras como…Bueno, pensando lo mismo que ahora porque…¿Acaso ya no estaba loco?
Recién iba por el parque Rivera, distraído del hambre y de todo. Miró los eucaliptos del parque, los pinos más allá, la comisaría 14 y allá adelante en la subida estaban esas dos leonas que…no veía. No, no las veía sino que le parecía ver todo el tránsito que le venía por la espalda puesto al revés,. Como si se reflejara en un enorme espejo redondo…Por un instante la entrevió! La esfera. Casi confundida con los reflejos y los colores copiados del derredor. ¡Era una esfera brillante y enorme que él ya no podía dejar de chocar porque…se metía dentro de ella, sin sacudidas, ruidos o trastornos!
Adentro el ambiente era agradable. Una amable penumbra de aire seco y templado cuyos límites no…pero en un costado, sentado con las piernas abiertas, como un muñeco de trapo, ¡estaba El Eternauta! Entero, de tamaño natural y hasta de apariencia sólida! Parecía vivo, aunque no moviera más que los ojos sin fijarlos en nada. ¿Por qué no se sacaría esa escafandra tan incómoda? Allí no había de aquella nieve que…¿O estaría por empezar a caer? ¡No! Era que El Eternauta estaba medio pelotudo, tirado así en el suelo como si le hubiera pasado algo y él…tal vez él pudiera ayudarle…Pensó en hablarle para… Pero no recordaba el nombre verdadero del tipo. Tanto llamarle El Eternauta. Pensó en decirle Eternauta a secas. O che Eternauta. ¿Señor Eternauta? O don Eternauta. Y en eso que Manuel pensaba todo, el Eternauta se empezó a disolver en el aire, dejando apenas una espumita flotante, y enseguida ni eso!
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