sábado, agosto 12, 2006

38 - La luz del fondo del Universo

No contestó el Pepe sino el licenciado Vittorio Giorgionne que ya estaba enterado del caso! y que le proponía verse pasado mañana en la policlínica de Lagomar a eso de las cuatro. Manuel dijo que sí y cortó. Estaba claro, pasado mañana en la policlínica de Lagomar, a las cuatro de la tarde para hablar con...¡Para hablar de qué?
Esto tampoco estaba funcionando. Aunque él sabía que nada ocurre por casualidad y que por algo le habían dejado ese número de teléfono…No alcanzaba a entender esto que cada vez se complicaba más. Licenciado, había dicho el tipo. Licenciado de qué? Como si no fuéramos todos iguales. Licenciado…¿No serían esos que hablan con los que están medio locos? Para convencerlos de que…¿Se puede convencer a un loco? A un loco como él…Porque si Mujica le manda el teléfono de un Licenciado…
-Estoy loco!
Dicho esto, seguro que el Rulo la Julieta y la flaca le habrán rodeado de palabras comprensivas tratando de abarajarlo en un regazo protector, pero Manuel nada sintió, que ya se encontrado inmerso en el impresionante espectáculo de ver cómo las rajaduras del mundo se iban extendiendo vertiginosas en todas direcciones y empezaba a brotar entre los trozos que se iban separando, la luz del fondo del Universo, más blanca y más fuerte que la propia luz del sol.
Fue sólo un instante, al cabo todo ese despliegue teatral o cinematográfico cesó y Manuel se vio reiniciando otro viaje más o menos igual a los anteriores. El modelo de bola, tal vez fuera un poco más cómodo e iluminado. Se podía en él dar algunos pasos o reclinarse casi despatarrado…pero en lo esencial primaba la sensación, la misma de estar yendo hacia algo ignorado cuyo comienzo era inminente porque…Ya estaba! La bola había desaparecido y le abandonaba flotando sobre la nada, allá otra vez, frente a la puerta de vaivén vista desde afuera. Suerte que pudo embocar los pies sobre la línea negra tendida entre los horizontes invisibles, esta vez con las patas puestas y protegidas en los championes y mantenerse en equilibrio mientras observaba el vaivén de las hojas de vaivén, mecidas por la brisa que le invitaban a pasar y dejarse de equilibrismos. Enseguida se le ocurrió saltar hasta ella y el quilombo filipino que sabía al otro lado total, era seguro que la balacera habría terminado aunque más no fuera por agotamiento de las municiones o por muerte del último pistolero…Saltó y se encaramó, como gato flaco, enrollado arriba de la hoja que se le había venido acercando. Desde allí preparó la vista para la penumbra del quilombo pero, cuando miró hacia allá no era eso lo que había sino una planicie mojada, más bien lamida por el agua en la bahía extensa que allá adelante mostraba una isla verde y una prolongación que penetraba al mar. ¿Punta del Este! Se bajó de la puerta justo donde comenzaba la arena y empezó a caminar, qué más remedio! Y a pensar en que debía averiguar la dirección de su madre Margarita en Maldonado. Maldonado Nuevo. Podría ir a saludarla que hacía tiempo y además que…no se le ocurría otra cosa para hacer.

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