A la tarde Manuel partió para la reunión, en bicicleta y dentro de su equipo de lluvia que ahora le hizo recordar aquel otro del hospital de niños. Pedalear con aquello puesto no era sencillo ni silencioso y de buena gana lo tiraría por el camino si no fuera porque a veces resultaba útil, cuando de veras llovía, por ejemplo y no como ahora que apenas caían gotas que ni llegaban a mojar aunque sí a joder la paciencia…
Allá adelante, en el famoso portón, vio que lo estaban esperando, Giorgionne con su pilot azul de altas solapas y Ernesto Federico todo vestido de blanco aunque con zapatos y paraguas negro. La impaciencia se les veía de lejos en el cambio constante de postura y las miradas estáticas sobre la longitud de la calle, siguiendo el bulto amarillo de Manuel que en equilibrio inestable sobre las ruedas, los charcos y los barros, se iba hamacando y aproximando hasta confirmar su identidad y terminar estrechando las manos del saludo.
Un saludo corto. Las espaldas apuradas le condujeron al interior de la casa, al patio y al aljibe. A la conocida escalera y al tobogán posterior que les dejó paraditos sobre el piso rosado de la Galería Máxima. ¡Estaba todo cambiado! Era increíble todo lo que había hecho Ernesto para cambiar aquella enorme catedral vacía, al menos ese rincón, en un verdadero ambiente de trabajo, con muebles cómodos, sillones y mesa baja, alfombra persa, biblioteca y toda la maquinaria electrónica que rodeaba el monitor de la computadora.
Ernesto no dio tiempo a los comentarios. Estaba muy nervioso.
-Alguien entró a la computadora y dejó un mensaje!
Manuel se sorprendió:
-¡Descubrieron la cueva?
-¡No! Sólo entraron a la compu…. Como piratas… Como hago yo!
Viendo que Ernesto sacudía un papel que tenía entre los dedos, Giorgionne se lo pidió y viendo que era el mensaje se puso a leer en voz alta.
Mientras el mundo se agita / por disputas de allá arriba.
Abajo hacemos guaridas / en las cuevas de la tierra.
Que siempre ha sido la guerra/ de los hombres enemiga.
Una acción es dar la mano / y lo contrario esconderla.
Insístase en ofrecerla / para las fuerzas sumar.
Si nos podemos juntar / saldremos de las cavernas.
-Parecen los versos de Martín Fierro.
-¡No, muchacho! Fijate en lo que dice…
-Sí, veo que habla de la cueva. Es de alguien que sabe que estamos acá.
-No sólo eso. Saben que hay guerra en el universo y que nosotros nos llamamos Maquis.
-¿Qué nos llamamos Maquis…?
-Sí, fijate que el verso es un acróstico…
Manuel no comentó más nada. Ignoraba lo que era un acróstico pero, la experiencia le decía que si seguía la conversación ya se iba a enterar.
-Parece que a otros se le ha ocurrido lo mismo que a nosotros.-dijo Giorgionne.
-Esconderse en cuevas y llamarse Maquis.
-Conectarse con otros que se hayan dado cuenta del peligro que corremos…
narrativa
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