Llegaron derecho a guardar los materiales dentro de la casa y el carrito bajo el paraíso del fondo. Allí Manuel se entretuvo en dar cien manijazos a la bomba de mano para subir agua al tanque mientras miraba allá a lo lejos los calzones de las hermanas Bronté, colgados del alambre entre los pinos, única forma que conocían de ventilar sus intimidades. No eran ni anchos por demás ni tan angostos, como se pudiera suponer en mujeres tan esquivas. Aunque… y después de todo… A él que le podía importar?
Sintió de pronto un fuerte olor a grasa caliente y se apresuró a entrar a la cocina donde la Magda ya preparaba dentro de la olla vieja, una buena cantidad de masa para hacer tortas fritas. Besó a la flaca y la felicitó por la iniciativa y puso a calentar agua para preparar un mate. Un buen mate preparado despacito, como le había enseñado Abelardo.
Desde ayer tenía el mate lavado y boca abajo. Le puso yerba hasta tres cuartos y lo inclinó a 45 –no más- para que dejara una cavidad donde apoyar la paleta de la bombilla. Hecho esto dejó el conjunto sobre el posamates de cuero, manteniendo la inclinación y volvió sobre la caldera a ver cómo iba la calentura puesto que se sabía un punto justo para verter sobre la yerba sin quemarla y dejarla así chupando e hinchando, que es cuando el verdadero perfume del mate se expande y con eso comienza a crear el ambiente para una conversación.
En pocos minutos el agua estuvo pronta, como siempre termina ocurriendo te guste que hierva o no y Manuel tomó la manija de la caldera con un trapo, para no quemarse, y con la caldera humeante en vilo se acercó a la mesa dónde el termo ya esperaba vacío y destapado el momento en que una vez más se iba a intentar lo imposible: meter toda el agua adentro…del agujero. Imposible de toda imposibilidad. Como ya varias generaciones de uruguayos lo habían comprobado dándole la razón a los científicos de…Palo Alto que habían calculado que por lo menos el 20 por ciento del agua se derrama. ¿Palo Alto! Le gustaba ese nombre, que no sabía a qué correspondía ni a dónde. “Escuela de Palo Alto”, había dicho Ernesto hablando con Giorgionne y él se había imaginado un montón de niños sentados en el suelo alrededor de un palo alto.
-Y, Manuel…¿sale ese mate?
Pero parecía que los tipos eran unos capos que sabían de todo. Famosos y conocidos por todos, así que mejor no preguntar dónde quedaba eso. Que sabían mucho, pero no todo, seguramente… Como por ejemplo preparar bien un mate, seguro que no sabían. Porque no iba a saber que a la yerba había que tratarla como a una mujer tierna y tímida que de a poco se la convence de entregar sus encantos. Que no es de golpe que se le echa el agua caliente, sino después de haberla iniciado con la tibia dándole tiempo de humedecerse e hinchar debidamente.
Después venía lo de colocar la bombilla en su posición de tiro. Firme sobre un costado de la “calabacita” –como habían dicho en una película- erecta en su posición y dispuesta a dar de si todo lo mejor que la calidad de la yerba le permitiera de sus conocidas propiedades diuréticas, reanimantes y vitaminosas.
Porque era preciso aclarar una cosa. El mate se toma en mate. Nunca en esos asquerosos jarritos de lata enlosada que usan los porteños. Y otra cosa: Al mate se le pueden dar hasta dos vueltas –que no son verdaderas vueltas sino posiciones de la bombilla. A no ser que se esté tomando en uno de esos mates brasileros que han de llevar como un quilo de yerba y que… ¿Cuántas vueltas les darán?
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