miércoles, noviembre 08, 2006

118 - La triste película



Rulo aceptó callado lo que decía Manuel, talvez no dándose cuenta del todo de que lo suyo había sido una ocurrencia tipo carnada, por si el pescado mordía. Un pretexto para la huída. Por eso –por no haberse dado cuenta del todo de su propuesta tramposa- pudo cambiar de golpe ante la evidente razón que expresaba su primo. Después de haber compartido un fenómeno tan extraño, no tenía derecho a retirarse y dejar a los otros que se arreglaran solos con el problema.
Pero por otra parte había algo que por detrás le roía los talones. El se debía enteramente a la Julieta y a su futuro hijo al menos hasta pasados los seis meses del parto…y después para siempre. No iba a hacer como los maridos de su madre que cuando no estaban borrachos estaban drogados y fácilmente se olvidaban de que algunos de los gurises eran sus hijos y que los otros también necesitaban padre. Dura había sido su infancia de la cual había aprendido a olvidar las partes más atemorizantes para quedarse con lo comprensible y claro, todo aquello que se ve y toca y se puede hacer con empeño y voluntad.
Sabía que la realidad tiene otras caras. ¡Si lo sabría! Todas aquellas caras que de pronto aparecían por las noches asomándose tras las cortinitas de la ventana de la casilla de latas dónde se había criado. Porque la función empezaba siempre a la noche y no era posible elegir la película. Lo que había aprendido, creciendo, era olvidar y no mirar para ese lado
La casilla de latas! Aquella vieja y pequeña casilla donde apenas entraban los camastros y algún que otro mueble. Se recordaba creciendo dentro de ella y sobre su cama hasta que las patas le habían sobrado de largo y las piernas se le habían llenado de vellos. Llegó un día en que la casilla le quedó chica y el coraje alcanzó para salir al mundo… Pero algunas veces fue muy triste la película, al apagarse la luz parecían los espíritus malos, disfrazados de payasos. Pero payasos crueles y burlones que eran portadores de demasiada maldad como para que se pudiera uno sobreponer al temor. Ese temor duro. El más profundo e inexpresable que atenaza las entrañas y la mente obligándonos a aprender a vivir pisando sobre la puerta trampa del sótano a dónde con mucho esfuerzo lo hemos logrado esconder…

Manuel había dejado correr el silencio y ahora juzgó que ya le había dado suficiente tiempo a Rulo.
-Quería decirles que conozco otras personas que han pasado por cosas parecidas y que quieren organizarse para encontrar entre todos una manera de defenderse. A eso le llaman sociedad secreta.
Magda le miró extrañada.
-¿Y si es secreta cómo es que vos sabés quienes son?
-Yo pertenezco al grupo.
Rulo se despertó.
-¿Pero, qué ganás estando ahí? Si te quieren hacer desaparecer ellos no van a poder impedirlo.
-Y qué querés? ¿Entregarte sin hacer nada?
-No digo eso. Pero de qué hablan? Qué hacen?
-No les puedo contar eso ahora. ¡Es una sociedad secreta!
-¿No serán de esos que hacen ritos extraños?
-¿Me creés tan pelotudo?

Comenzaron a caminar de nuevo. El carrito parecía ahora más liviano y al entrar en las calles de balastro sus ruedas iban haciendo un leve siseo que parecía acompañar la electricidad de los relámpagos que desde una lejana banda negra de tormenta iba avanzando sobre Lagomar sus montes y sus casas...

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