Manuel se levantó y enfiló a la salida. No podía soportar más un tipo tan idiota! Giorgionne se apuró a atajarle, tranquilizarle y convencerle, por si no lo estaba de antes, de que las personas hablando se entienden y que hay que festejar las diferencias porque de ellas nos nutrimos. Puso una mano sobre su hombro y con suavidad le hizo girar el cuerpo, que fue cuando Manuel volvió a ver la cara de Ernesto ahora con la expresión petrificada y pálida que se iba destemplando hacia abajo, con arítmicos estertores de angustia. Hipos y sollozos que sin embargo no le impidieron articular, con profunda y metálica voz aquellas dos palabras:
-He mentido.
El silencio que sobrevino luego de las palabras retumbó en la cúpula, con cierto riesgo de derrumbe. Por las mejillas ahora vergonzosas de Ernesto Federico corrían gruesas lágrimas mientras su mirada se agachaba en declive hacia el suelo con el mismo ángulo que todo su cuerpo y expresión habían adquirido, de algo que se va cayendo de costado. Derritiendo lastimosamente en gotas que la gruesa alfombra persa por ahora absorbía y lo seguiría haciendo mientras Ernesto no dejara de llorar una vez que pudiera por fin explicarse, como estaba dispuesto, para que se entendiera que nada había hecho con mala intención… El les había avisado a los Tucus que allá arriba había un muchacho en aprietos, encerrado por las bolas del cielo que se lo querían llevar sin su consentimiento…cosa grave por la evidente indefensión de la víctima. Los Tucus habían cavado debajo del muchacho y el muchacho había caído por las galerías hasta donde él estaba… ¡Vestido de Neandertal! Que con el asunto del salvataje había olvidado. Tuvo que mentirle una vieja historia fantástica que desde niño había cultivado, sobre hombres primitivos vestidos de pieles que en él se encarnaban y le habían hecho depositario de todas sus tradiciones y conocimientos…
-Y después tuviste que seguir con la fantasía…?
-Claro.
-Pero a mi abuelo también le habías mentido lo mismo.
-Sí. A muchos… Pero ningún humano me había visto disfrazado!
-¿Y aquello de caballero rojo y la tribu de los cazadores de leones?
-Caballero rojo, -siguió con voz desvalida Ernesto- en cierta forma… no era del todo mentira. Era el nombre del personaje que en un juego de computadora yo adoptaba para intervenir… Lo de la tribu… Mi abuelo me había contado que descendía de una tribu de cazadores, no sé si de leones o de qué… No sé si de Brasil o de África…
Intervino Giorgionne tratando de ser suave.
-El problema ha sido dejar que la fantasía se entreverara con la realidad.
-Siempre supe que tenía que evitarlo por las complicaciones que me iba a traer, pero…una vez que empezás a mentir… tenés que seguir para que no se descubra la primera … Pero además, perdónenme, no me quise burlar de ustedes… ¡Es tan tentador!
Cuando Giorgionne le tranquilizó asegurándole que creían en sus buenas intenciones, fue que la última lágrima de Ernesto, aquella que se había detenido sobre una mejilla, ingrávida y esférica, recobró de pronto el peso y cayó, al principio lentamente, pero adquiriendo precipitada velocidad justo hasta que se desintegró sobre uno de sus zapatos. Ploc!
Ernesto era un buen tipo.
narrativa
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