Terminadas las preguntas llegó la hora social. Ernesto se ocupó de servir sendos vasos de jugo de macachines a los que colocó sorbetes y depositó en el suelo frente a la mesa. Así les quedaba más cómodo a los Tucus. Ellos se sentaron frente a los vasos, también en el piso, de patas abiertas con toda naturalidad, como si fueran turistas en la terraza de un hotel de Honolulu. Disfrutaban del brebaje en silencio porque ya no tenían enfrente a los micrófonos y entonces, no sólo ellos callaron. Los otros también, ya que nadie quería ser tan mal educados de hablar en presencia de alguien que no podía entender.
Claro que siempre hay formas de entenderse con gestos y posturas, que no son tan distintos entre las distintas especies. Por ejemplo ellos tenían esa forma de poner la vista en blanco en el momento de tragar un sorbo de jugo. Era la mejor manera de expresar el placer y de disfrutarlo.
Eso estaba haciendo Porum, con la mirada en el techo y la boca bañada del exquisito licuado cuando empezó la sacudida que le hizo cerrar con fuerza los ojos a la espera de algo peor. Que por lo menos se les cayera el techo rosado de la caverna sobre las cabezas. Tal era el sacudimiento de todo y el ruido sordo que se había sentido viniendo de lo alto.
Parecía un terremoto con epicentro sobre sus cabezas. Las luces hicieron varias guiñadas y por fin se apagaron definitivamente dejando a cuatro humanos bajo tierra sin haberse muerto ni haber planeado la aventura. Para los Tucus era diferente, casi siempre estaban bajo tierra. Sin embargo este fenómeno les sacó de pronto del mutismo y se pusieron a ronronear cosas en la oscuridad con un tono de innegable nerviosismo. (Por excepción traduzcamos esa conversación)
Trum—Parece que ha caído algo muy pesado cinco grados desde la vertical hacia el este-sud este!
Porum—Sí, y por las vibraciones que se produjeron en las paredes es muy probable que la caverna haya sufrido daño estructural. ¿Habrá sido un aerolito?
Trum—No me pareció algo tan denso. Sentí crujido de ramas y troncos de árboles en una zona bastante extensa, unos microsegundos antes de la explosión.
Porum--¿Un avión de pasajeros humanos?
Trum—No me parece. Hasta aquí se hubiera sentido el olor a bebidas alcohólicas…
Porum—Bueno, pero escuchá cómo la caverna sigue vibrando!
Trum—Deberíamos sacar a todos de aquí.
Porum--¿Y cómo se los hacemos entender? ¡Son medio troncos!
En un primer momento se acercaron a poca distancia de cada humano y con suavidad hicieron un tururú cualquiera, sin ningún significado, para alertarles de que algo estaba por pasar. Al primero que se lo hicieron fue a Giorgionne, quién se pegó un susto mayúsculo. Siguieron con Manuel quién menos se asustó pero interpretó el tururú como una despedida razonable. ¿Qué iban a estar haciendo los pobres Tucus, en silencio y a lo oscuro junto a ellos? Por último y simultáneamente a Magda y a Ernesto que ya se lo esperaban.
Esa fue la primera etapa. Advertencia. La segunda era más complicada. Se ponían junto al humano y le iban empujando con suavidad pero con insistencia, usando el morro como ariete, hacia la salida más cercana, o sea el túnel en 45, el aljibe y el patio. La dificultad era que los humanos entendían aquello como un intento de avanzar a ciegas y se apartaban para dejarlos pasar. Tuvieron que ocuparse cada uno de dos humanos empujándolos con el costado del cuerpo sin dejarles respiro.
En eso volvió la luz. Volvió a las lamparillas pero también a la cabeza de Ernesto que recién se acordó de conocer varias frases simples en idioma Tucu. Preguntó qué pasaba y Trum le atosigó de ronroneos en tono alarmado. Era imperioso que entendiera!
narrativa
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Jugo de macachines.
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