-Sabés que al principio me olvidaba de lo que me había pasado del otro lado. A veces me aparecían recuerdos borrosos de cosas que no sabía dónde habían ocurrido. Algunas cosas sueltas, nomás.
-Pero lo que me contás no concuerda con lo que yo tenía entendido…
-¿Y vos qué sabías de lo que a mí me pasaba?
-No, me refiero a lo que supone que hacen las bolas, trasladar personas, pero para que hagan determinadas cosas. Son como misioneros. Las bolas de transporte, digo. Después están las bolas colonizadoras que son esas llenas de luces y músicas pelotudas, las patrullas, como las que te rodearon en el monte, las espías y las de guerra…
-Claro conocí una de las colonizadoras. Esa que me bajó la escalera. Pero… ¿y unas transparentes y otras que son todas como de espejo, o las de papel…?
-De esas he sentido hablar, pero no se casi nada.
Cuando iban a continuar el diálogo fue que sonó la alarma aquella desde la computadora que apagó todas la luces antes de apagarse ella misma por haber detectado la aproximación de bolas patrulleras. Ellos corrieron por la escalera al sótano.
-A Dios no le gusta la tierra, -explicó Ernesto Federico- en cuanto te enterrás el tipo se desinteresa de vos.
-O será que bajo tierra no te pueden detectar?
Según Ernesto Federico no era fácil determinar los límites del poder de Dios, pero aparentemente en el universo se respetaban algunas reglas básicas: Dios en los cielos, el Diablo en las profundidades y en las zonas limítrofes se emparejaban sus respectivas fuerzas y las de otras divinidades menores. Las divinidades menores eran un montón que se decían hermanas, aunque tenían tales diferencias entre ellas que era fácil suponer que fueran nomás hermanas. Eso no era todo, también estaban los duendes, los ñung, las hadas y unos llamados Espíritus Oscuros, mal conocidos, pero aparentemente tan poderosos como el Diablo, del cual serían un desprendimiento, o tal vez del mismo Dios. Los duendes y otros entes festivos preferían existir en la floresta templada. Los Espíritus Oscuros, en los espacios intergalácticos.
-El Bosque, por ejemplo, está lleno de duendes.
-Sí, en los jardines, esos enanitos de Pórtland.
-No jodas, en serio, estos montes están llenos de duendes.
-¿De condones?
-¡Uf, qué rompebolas! Me hacés acordar al viejo Goiticoechea!
-¿Mi abuelo?
-¿Tu abuelo?
-¿Abelardo Escisión Goiticoechea?
-¡¿No me digas que vos sos el famoso nieto de Abelardo Goiticoechea?! EL PREDESTINADO…! Oh, perdoname la confianza anterior… ¡Me arrodillo frente a vos!
Cuando una vez arrodillado, el Mem se plegó de brazos extendidos hasta el suelo, al modo árabe, Manuel aprovechó para saltar por encima y correr velozmente a subir la escalera, levantar la tapa de madera que le abría paso al dormitorio y desde allí seguir corriendo a través del parque abandonado y llegar a la calle, exhausto pero indemne.
-¡Predestinado, las pelotas!
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