Al rato de llegar a su casa, Manuel tenía bailando los cinco guijarros en el centro del tablero. Como la otra vez hacían sus cinco giros en un sentido para detenerse, hamacarse como subibaja e invertir el giro otras cinco vueltas… También él repitió lo ya hecho. Fue invirtiendo los giros en cada siguiente guijarro de modo que quedaran el primero a la derecha, el segundo a la izquierda y así hasta completar los cinco, con lo que el quinto y el primero, los dos quedaban iguales. Igualdad que comenzó a rotar hasta que por fin los cinco descansaron sobre sus costados.
Manuel abrió el cuaderno en una página en blanco y con la birome entre los dedos esperó la respuesta que no se hizo esperar. Pronto las piedras se fueron poniendo de pie para bailar su danza. La misma de la vez anterior. Ahora observó que aquello que hacían formaba un ciclo que se repetía cada seis compases, tiempos, posiciones del baile… No valía la pena continuar, ya tenía apuntada la secuencia en el cuaderno… Arrancó la página y cuando la puso al lado de la anterior vio que las dos eran iguales, pero… ¿Para qué hacía esas anotaciones si en realidad no entendía un pomo…? Por unos momentos, mientras recogía y guardaba las piedras en la bolsa, se quedó pensativo y al mismo tiempo con la mente casi en blanco. Había sí un pequeño hilo de pensamiento que se hundía en la profundidad oscura de su cerebro en busca de alguna idea o intuición… Una esperanza que en realidad no perdía de pescar en aquellas profundidades alguna idea salvadora…
Si aquello era un mensaje del abuelo. ¿Qué le querría decir con aquellos seis dibujos de baile? Porque eran seis dibujos… que él podría dibujar, más que escribir, sobre la hoja… Dibujar con flechitas que indicaran el sentido de los giros. Lo hizo así y las seis posiciones se transformaron en el papel en seis conjuntos de flechitas que formaban, cada uno, un pentágono de flechitas dibujadas. Eran como si fueran letras o algo así:
-->------->-------<-------<------->-------<
<-<-----<-<----<->---->->----<-<----<-<
>->-----<-<---->->----<->----<->---->->
Verlo sobre el papel le resultó gracioso y le llevó volando al recuerdo de los dibujos que su abuelo hacía con las lanas cuando se le había dado por tejer tapices que colgaba en su dormitorio, cada vez más extraños a la vez que monótonos. Ahora era el nieto el que dibujaba rayitas! Pero no lo hacía por propia iniciativa, lo hacía… Porque aquello era un mensaje que tenía que descifrar! Debía descubrir la clave de aquella secuencia de seis…letras. Porque se le había puesto que aquello era una palabra de seis letras…como Manuel! Porque… si el abuelo estaba mandándole un mensaje, no sería nada raro que lo empezara con su nombre. Y si eso era así, bueno…¡Ya tenía la clave al menos de seis letras distintas!
De pronto su mente hizo unos giros que la bajaron de las esferas del pensamiento al nivel más concreto de la sensibilidad. Por su nuca sintió que una lengua húmeda se deslizaba paseándose hacia los lados… Unos labios tibios le iban dando ligeros besos que apenas rozaban su piel en sucesivos y casi imperceptibles contactos que le llenaban de cosquillas…
-¡Flaca…!
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