domingo, octubre 22, 2006

103 - Talones sucios.

Por fin marcaron día y hora para la próxima reunión y salieron al aire libre. Ernesto Federico de Oliveira e Souza les invitó a pasar a la casa a beber un aperitivo pero ellos dos a un tiempo alegaron apremios de tiempo y que otro día será. Eso fue llegando al portón, ahora desvencijado, pero en otro tiempo sólido y hermoso como hermoso habría sido el seto de ligustros más allá del muro que enmarcaba el portón. Desde allí Ernesto Federico regresó al interior de su tétrica vivienda y ellos caminaron para el lado del kilómetro 21, Gianastasio y avenida Becú, donde el licenciado tomaría su ómnibus para Montevideo y Manuel tendría que empezar a pensar en dónde podría estar la flaca a esas horas. Tenían que caminar unas cuadras y hablar de algo. Giorgionne eligió seguir con el tema del lenguaje de los Tucu tucus. Se había quedado en eso, se disculpó de tal vez haber estado distraído un momento antes en la caverna. Era que el encontraba fascinante eso de que existieran seres que se comunicaran todo el tiempo, mientras realizaban sus tareas y continuaban viviendo. ¡Debían ser tipos tranquilos! De otra manera el dialogo se cortaría cuando uno sintiera que el run run de los otros venía con críticas para él. Pero por otra parte parecía que habían descubierto un método para perfeccionar los pensamientos. Para lograr que un pensamiento llegara a la perfección de sus posibilidades. Para que ese pensamiento lograra expresar a ese pensamiento mejor que ningún otro pensamiento. A Giorgionne la felicidad se le salía de la cara. Era aquella una aventura hecha a su medida. Pertenecer a una organización de Maquis junto al extraño Seu Ernesto Federico y este muchachito Manuel, cuya historia novelesca parece ser más cierta que mentira. Porque si fuera mentira el tipo tendría que ser un genio para inventarla y, como por otra parte tonto no parecía, hubiera encontrado la manera de sacar algún beneficio de la habilidad… 

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 -Ahí lo tienen al pardo ese, otra vez lambisqueando a la gente importante! Ahí va con el doctor de la policlínica. ¿Qué se tiene que ir a meter con la gente? Si hasta parece que fueran amigos. Ja! ¿Quién lo ve? -Pero ese es el doctor que cura los locos. ¡Lo han de estar tratando! El siempre fue medio mental. ¿No lo vieron el otro día, el día de aquellos chaparrones, no lo vieron revolcándose en el barro con la flaca esa que anda con él? ¿No lo vieron? -No yo no vi nada. Pero no importa, aunque haya sido así, ¿a vos qué te importa? ¿No ves que sos un viejo chismoso que criticás por envidia! 

 ----------------------------------------- “La envidia es un placebo. Al no obtener el objeto deseado que nos daría placer, derivamos el placer a la destrucción por el odio, del objeto amado…” Esa sería la expresión confusa de una idea que aunque probablemente falsa, tiene encanto propio, en el sentido de la estética de las ideas. Porque una idea puede ser bella y al mismo tiempo falsa. Tanto como puede ser horrible pero verdadera… Bellas y verdaderas hay muy pocas! --------------------------------------------

 -Hasta el jueves. Manuel apuró el paso, era noche cerrada y debía encontrar a la flaca, comprar comida y… ¡LA PUT…! El resplandor le encegueció y hasta casi le hizo perder totalmente la conciencia, aunque no terminó de cerrar los ojos y por eso vió talones sucios que correteaban a su derredor, a los saltitos de no hacer ruido, trayendo y llevando cosas… Cuando todo parecía aquietarse, se enderezó y abrió ostensiblemente los ojos con simulada sorpresa, justo cuando sonaban los primeros acordes estridentes del órgano celestial y se encendía los reflectores quemando su cabeza. Era otra vez la cadena del eterno transmitiendo en vivo y en directo desde los planetoides suburbanos para una audiencia casi infinita que se expandía junto con los confines del universo en continua expansión –al menos hasta que chocara con otro universo que viniera con el mismo propósito – Dos ángeles, bastante prepotentes levantaron a Manuel y lo llevaron escaleras arriba, mientras los cánticos del coro bajo expresaban deseos de clemencia, respetuosamente, claro, ante la autoridad que por cierto siempre tiene razón.

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