Siguiendo las instrucciones y con buen olfato llegaron frente a una casa, a la que se entraba por el costado de un corredor abierto hacia las plantas y los árboles. Golpearon las manos y enseguida apareció un cincuentón desgarbado que preguntaba a viva voz –haciéndose el gracioso- quién era que andaba molestando a la gente a esa hora. Se acercó hasta la vereda y antes de que ellos articularan el comienzo de la tan larga explicación que iban a tener que darle, aun el hombre continuó con su discurso agregando que eran esas las horas del reposo que uno se ganaba tras una larga jornada de trabajos y sudores. Por último se rió con toda la expresión y preguntó quienes eran y que andaban haciendo, al tiempo que se ponía de perfil para permitirles el paso hacia la casa. Era obvio que iban a pasar a sentarse bajo el alero de donde había salido el hombre, el Flaco, que según la memoria de Manuel no podía ser otro que aquel que en el sesenta y siete parecía apenas un gurí de no mas de doce años y que al final había dejado de ver cuando el remolino de tierra y hojas se lo había llevado otra vez de regreso. ¿Se acordaría él del episodio? Bueno, en realidad si se acordaba y aquello le había llamado la atención como algo muy poco normal… Sería mejor, más fácil para llegar a convencerlo de que ellos le estarían hablando de algo verdadero y que toda la historia no eral el delirio de un par de enfermos mentales. Ya estaban sentados cuando vieron que un par de vasos eran colocados sobre la mesa ladera y una mano que apareció desde el interior de la casa inclinaba el pico de una botella por el que comenzaba a fluir el vino tinto.
-Qué andan haciendo, muchachos.¿Precisan algo…?
Dicho esto el Flaco se levantó a tomar un trozo de queso de los que estaban junto a las rodajas de salamín sobre la tabla con mango que agarró para que llegaran con sus manos que ya sin comedimiento se extendían. Tenían hambre y un regusto ácido y astringente en la boca que les arrugaba las encías. Con el convite ganaban más tiempo para comenzar el discurso de alguna manera adecuada.
-¿Vos no sos aquel que se llevó el viento?
Manuel se quedó con el pedazo de queso quieto sobre la lengua. ¡Se acordaba! Y lo decía como si tal cosa, como si todos los días viniese un remolino de tierra y se llevara a algún vecino que aparecía después de cuarenta años con la misma cara y estampa. ¡Hasta con la misma ropa!
-Hace cuarenta años…
-¡Tanto! Me parecía menos… Pero me acuerdo bien que estabas hablando con la Elena cuando se vino aquel remolino que nos llenó la vista de tierra y que cuando pasó…Ah, mijo! Que el forastera ya no estaba!
-¿Me buscaron?
-Preguntamos a todo el mundo. El único que sabía de vos era el Bosco que nos dijo cuando se vino a despedir…porque él también se iba ese día…que ya te habías ido de vuelta para tu pueblo…Que yo todavía me quedé pensando en qué mierda te podrías haber ido a esa hora que ya habían salido los ómnibus y pasado el motocar … pero no se lo pregunté…
-No me fui en nada de eso, ni tampoco salí a la carretera a hacer dedo…
-Si hubieras hecho dedo en el pueblo se hubiera sabido.
-Mire…me fui del pueblo igual que como me fui de la vereda aquella del hotel…
-Ah, sotreta! Y ahora me quiere hacer creer que es medio brujo, que se vuela por el aire…A ver, decime, como es que te acostumbrás a ir vos? –Dijo casi a los gritos el Flaco con toda la risa en la cara pero, que de a poco se le iba ennubleciendo y anocheciendo hasta que estiró las piernas para tirarse contra el respaldo de la sillón petiso.
-¡Pero sos igual…que aquel día!
(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)
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