Apenas saludaron a Trum y Porum, con las debidas advertencias por el peligro que corrían. Magda montó en la bola que había dejado Rulo y salieron volando a la par entre algunas nubes algodonosas en la brillante atmósfera -lo que se usa para filmar las grandes escenas aéreas- por donde andaban algunas gaviotas desorientadas y también un cuervo ocupado en otra cosa. Parecía una estampa alegórica –o como se llame, pensó Manuel- donde se proyectaban dos ideas claras y contrarias, Las gaviotas, bichos algo tontos pero libres y luminosos, y los repelentes cuervos al asecho de algún animal débil o moribundo. Ellos y los peligros que en cualquier momento le podían caer de los altos cielos…Aunque, también podría ser visto el vuelo de las gaviotas, fuera de la franja de la costa, como el presagio de una tempestad y el planeo del cuervo sobre una columna de aire que se eleva, por el contrario, como pronóstico de buen tiempo….
-(Manuel)
-(¿Qué pasa Flaca?)
-(Nos tienen rodeados)
Montados uno encima de otro, como triple horizonte diamantino, les rodeaban tres anillos de naves celestiales. Trescientas, por lo menos, cristalizadas en la imagen definitiva del momento fatal. Manuel supo que no iba a huir y apenas si tuvo tiempo para saberlo, porque desde algún lado se desprendió una guirnalda tornasolada, que directamente voló hasta sobre ellos y se detuvo sin hacer otra cosa que brillar. No era una nave esférica como las otras. Tenía una extraña forma de X, era…¡Un súper ángel! Un aparato con cuatro alas como de pájaro, cabeza y miembros como de terrible humano y un triángulo rodeando al torcer ojo de la frente. Estaba esperando…
En una fracción menor al mínimo tiempo posible, supo Manuel que aquello era el desafío para un duelo y supo también el porqué. La simple razón que animaba tan extraña oferta de igual combate, teniendo los celestes todo la ventaja del número. Ellos desesperaban de poderles asestar sus tiros antes de que se metieran en el punto. Ellos no podían, o no sabían cómo hacerlo, ni cómo impedirlo. Derribarlo en singular combate les parecía una ganga, que de tener los humanos un par de dedos de frente, deberían rehuir, sin dejarse tentar –lo que era más probable- por el pintoresco alarde del gallito de riña desafiado.
Terminó ese instante y al comenzar el siguiente, ya la bola de Manuel había remontado la parábola que lo colocaba frente a aquel engendro. Después fueron tres seguidos de quietud, que terminaron en el cuarto, el instante de la disgregación, que fue total. Ni siquiera cenizas llovieron sobre la tierra. El enorme pajarraco de ojos saltones desapareció sin siquiera lanzar el postrer graznido. No pudo resistir aquel potente pensamiento que le sacudía hasta el esqueleto. No pudo con LA LIBERTAD, LA IGUALDAD Y LA FRATERNIDAD
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