jueves, junio 28, 2007

336 Un guacho rompehuevos

Primero fueron a la cueva de Abelardo a recoger las pocas cosas que habían dejado y a entretenerse un rato jugando en aquella depresión del suelo que habían elegido como cama. Después a Magda le entró el miedo a los escorpiones que podrían vivir en las grietas y salir con esos pasos articulados aprovechando la oscuridad. Los guijarros estaban donde los habían dejado, como bien lo mostró el círculo de luz que daba la linterna sobre las piedras que a esa altura, enseguida de la repisa, se comenzaban a curvar para terminar siendo techo. Ese techo de piedra que tenían a medio metro sobre las cabezas y que además de interesantes betas turquesas que brillaban con la luz les mostró una serie de…letras humanas que parecían formar la frase:

YO ESTUVE AQUÍ-AG

Claro-dijo Manuel- estuvo cuando era un gurí. Te imaginás? Un guacho rompehuevos debería ser. Me contó que vivía leyendo historietas que canjeaba con los amigos e imaginándose que era alguno de los héroes. No, no Artigas no. Se imaginaban ser…¡ah! Su primer héroe había sido el Capitán Marbel, cuando apenas empezaba a reconocer las letras. ¿Nunca lo oíste nombrar, claro, yo tampoco a no ser por él. El tipo, que era como cualquiera, decía ZaZam y se transformaba en un superhéroe que salía volando a través de un rayo que caía con los bordes dibujados como serruchos. Ja. El quería volar, me contaba que después de las historietas su gran pasión siempre había sido fabricar aparatos que volasen. Tenía en su caso uno de los primeros que había fabricado a los doce años. Un avión hecho con madera de ceibo y una cuerda de gomas trenzadas que movían la hélice. Cuando me lo mostró se moría de risa contando que como había visto que las ramas de ceibo flotaban muy bien, se le había puesto en la cabeza que si era capaz de vencer al agua y flotar, también debería vencer al aire y volar. En ese tiempo, cuando me contaba, ya era viejo y vivía allá en San José de Carrasco donde tenía un galpón para fabricar de toda clase de cosas raras, pegado al la piecita de los cajones de las revistas, que era donde yo me pasaba las horas.

-¿Y no ibas a ver qué era lo que estaba inventando?

-A veces entraba y lo veía entre medio de un montón de cosas raras que yo no entendía y cuadernos con apuntes y… hablaba solo. Sabés que me daba un poco de miedo por él. Margarita siempre dijo que estaba loco. Pero claro, que íbamos a entender nosotros… Margarita por lo menos terminó el liceo, yo ni eso.

-¿Estaría inventando las bolas?

-No sé. Las cosas que yo veía estaban llenas de cables eléctricos y él se quejaba de que si se jubilaba no iba a ganar para pagar la luz. Miraba por un caño grueso que atravesaba la mesa. Que estaba todo enrollado con unos zunchos que parecían estar hechos con hilitos también enrollados. Pero adentro del caño no había nada, yo lo había visto, y él miraba por una y otra punta…No se qué miraría, porque no había nada!

-¿No te explicaba?

-No, porque cuando me explicaba yo le decía que no entendía y me ponía a querer hacer lo mismo que él hacía hasta que me corría, porque aquellos aparatos eran muy peligrosos. Un día que yo estaba en las revistas de historietas sentí una explosión y fui corriendo, muerto de miedo de que le hubiera pasado algo, pero no, estaba loco de la vida. Se le había reventado todo el aparataje aquel pero él saltaba en una pata por todo el galpón, gritando no se qué cosa lleno de alegría. Después me dijo que no importaba que se hubiese estropeado todo. El podía reconstruirlo y reforzarlo para que la próxima vez no reviente. Lo que importaba era que por primera vez había registrado una torsión que significaba que se había liberado una fuerza. Siempre hablaba de torsiones.

(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)

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