sábado, febrero 24, 2007

222: El olor de la espera.

Sonó el teléfono. Mujica lo miró con esa manera diagonal que tiene de mirar las cosas que rompen los huevos pero lo acercó a su pabellón con la mano que no golpeteaba el lápiz. “Se” –dijo apenas, sin mirar la pantallita pero reconociendo la voz de Peppo de cuando quiere disimular lo que dice por tener testigos al lado-Decime, entre uno y diez , por dónde andamos?-Por…catorce, yo que se. Pero va…va!-Bueno, teneme al tanto y acordate de que si hablás de esto con tus amigos periodistas te saco las tripas!

Manuel observó la manera que tenía Pepponne de separarse a hablar por teléfono y encoger casi la cabeza entre los hombros como escondiendo la cara o por lo menos la boca. Se miraron con Magda y sonrieron. Enseguida buscaron con la mirada a Ernesto y marcharon hacia él a pedirle prestado el dormitorio de arriba u otro, si es que tenía. Debería comprender que la situación no les estaba permitiendo estar ni un rato solos… Ernesto lo comprendía. Si lo podré comprender –les dijo cuando sin querer dirigía dulce mirada hacia donde Dengue se rascaba la espalda contra la pared de arenisca haciendo para ello extraños movimientos circulares. –Les presto mi dormitorio sí, vayan nomás que hoy he cambiado las sábanas.

Se abrió la puerta de golpe mientras Mujica intentaba dar con el dedo en el botón del teléfono. El que entró habló con calentura porque les habían quitado el otro hombre gris justo cuando lo iban a agarrar.
-El avión ese se lo llevó!
Lo primero que dijo el Pepe fue pelotudos! Para después recapacitar en lo que acababa de oír. ¿El avión otra vez? ¿Y no era que ya no corría el tratado militar secreto?
-Conectame con la Berruti. Al celular de ella!
El que había abierto la puerta de golpe tomo el telefonito de sobre el escritorio y se puso a toquetearlo para conseguir ese número, frente al Pepe que lo miraba con aquella lejana mirada, casi sonriente, que usan para mirar los ancianos muy sabios cuando están pensando cosas. Por ejemplo hasta qué punto se podía confiar en un sujeto como ese que tenía enfrente. Porque bien podría ser que el Pepe tuviera varios proyectos superpuestos en su cabeza y probara de evaluar quienes servían o no y hasta qué nivel. Mono viejo.

El dormitorio, estudio, de Ernesto estaba bien puesto una vez retirados los libros de sobre la cama y media docena de tacitas de té vacías que de la mesa de luz temieron tirar al suelo en algún momento. Estuvieron medios desnudos antes que medio acostados o vise versa, porque acariciar con mucha necesidad conlleva torpeza cuando no pasión que se desata con el primer roce de las pieles y el olfateo de aquel olor reconocido, más intenso entonces por la espera. En este caso después de la ansiedad fue la pasión



(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)


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