-¿Quién te ha dicho eso?
-Yo escuché lo que hablaban, desde aquella oscuridad…Van precisar algo más.
-Qué cosa?
-Poder desviar los proyectiles.
-A vos te embocaron por la cabeza!
-Ja, muy oportuno el chiste. Ocurre que no se puede todo el tiempo. Tuve que hacer una maniobra y…
Mandinga se había cuadrado frente a todos con su espantable apariencia y sólo miraba a Manuel cuando hablaba, aunque lo hiciera en plural, esgrimiendo las palabras con mesurada energía y un poco de gracia. Se le veía decidido a llegar al punto que lo había animado a volver. Pero no mostraba las cartas, al menos no todas, al ver que la simpática mirada de Manuel se volvía cada vez más impenetrable.
-Bastaría una ráfaga de ametralladora para deshojar tus margaritas. Ni que decir de un padrenuestro.
-¿Qué tenés para ofrecernos?
La brusca y directa pregunta le desacomodó un instante que trató de disimular bajando de su espalda la espada, negra y cubierta de harapos, que apoyó en el suelo de punta, como un caballero que apoyara sus manos escamadas en acero, sobre la cruz de la empuñadura. Sus manos peludas y negras con flacos dedos de basquetbolista que se sabían miradas un poco con admiración y otro poco con pavor.
-Tecnología de punta.
-¿Flechas?
Antes de seguir hablando Mandinga pestañó tres veces y analizó tres cursos posibles para continuar. Al cabo sonrió. Como para sí mismo, mientras buscaba en el suelo las palabras justas que iba a decir al levante de la mirada sobre el horizonte que debería ser luminoso y sorpresivo.
-El poder está en la mente!
Un murmullo le aprobó.
-Mente ya tenemos.
-Pero no la saben usar!
-¿Y vos sí?
Mandinga comenzaba a encresparse en contra de su voluntad. No podía un niño desafiarlo de esa manera! Le iba a demostrar…! No. Aprendamos de nuestro pariente. Así…
-Tal vez vos seas la excepción, Manuel. Pero te falta el conocimiento de cómo es que la estás usando…Es una simple técnica que tarde o temprano descubrirías por vos mismo pero, ahora no tenemos tiempo. –Dijo con la más inocente de las miradas de aquellos ojos de puma enamorado.
Manuel lo registró, como se registra un conjunto de notas, al pasar, de una melodía, que son las únicas que recordamos después como un clip que nuestra mente repite al sonsonete buscando tal vez en ellas la razón de tan pertinaz memoria.
-Mirá Mandinga, no soy tan inteligente como vos decís. Así que decinos qué es lo que pretendés…¿Cuál es tu negocio?
-El de siempre, servir a mi pueblo.
-A cambio de qué?
Mandinga cambió rápidamente de postura. Ahora intentó tirarse en uno de los sillones mullidos y lo hizo medio a los golpes cuando las cubiertas de sus patas golpearon el suelo y rebotaron a los lados quedando una de ellas sobre la espada que también había caído.
-Manuel… No me trates como a un negociante! Te creés que mis familiares están contentos conmigo? No pido sacrificios a nadie y nadie por mí ha quemado corderos para que yo huela ese exquisito perfume.
-Si me dijeras qué es lo que querés, capaz que nos entendemos…
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227: ¿A Cambio de Qué?
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