Cholo pidió refuerzos a los otros Maquis y pronto pudo formar un cordón para dejar afuera a los curiosos. Mujica fue llevado, con custodia, por una caravana de autos oficiales –sirenas ululantes y motocicletas- hacia Montevideo, la revisación médica, las reuniones urgentes y las promesas de conferencia de prensa. Manuel, sentado en un taburete, quedó a la vista de Magdalena, Margarita y el Cholo. Todavía miraba las paredes y las caras con la misma expresión, vacía, sin una pizca de sorpresa, pesar o alegría. Parecía más pálido y más flaco…De pronto pronunció una sola palabra;
-No.
Magda pidió disculpas a los presentes y se fue a sentar sobre sus piernas, enfrentando las caras y los labios, acariciándole la espalda con ambas manos y humedeciéndole la boca con su propia lengua.
-Ah.
Cholo y Margarita salieron de la pieza. Magda le quitó la remera y se quitó la suya, logró entreabrirle los labios, que fijara sus ojos en los suyos…
-Fla…ca…
La flaca le fue besando todo, recorriendo ese cuerpo tan conocido, oliendo y dejándose oler en profundidad, como recuperando la atmósfera de siempre, la que les había dado vida tantas veces…
-Sos vos…flaquita…
Magdalena se terminó de desnudar e invitó con la mirada y la mano en el cinto a que Manuel hiciera lo mismo.
Se fueron al dormitorio…
Dos horas después Manuel estaba recuperado. Salieron juntos al patio dónde tomaban mate Margarita, el Cholo y el Dengue. Ellos callaron la conversación, cedieron asientos, como si llegaran un par de personas de edad, visitas importantes o… Es que la mirada de Manuel no era la misma de siempre. Había recuperado la conciencia plena, la vivacidad y el brillo de sus ojos pero…miraba de otra manera. Cholo se atrevió a preguntar.
-¿Qué te hicieron?
Manuel le miró en silencio. Parecía primero querer entender la pregunta. Después encontrar las palabras de alguna posible respuesta.
-Quisieron…destruirme desde adentro…
-¿Borrarte la memoria?
-No…
(No era eso, al contrario, castigarme por ser yo mismo)
-¿Cambiar tu personalidad?
-Tal vez…no sé…
(Más bien hacer que quisiera ser otro, herirme con las cosas más queridas hasta que empezara a odiarlas… Eso! Que admirara lo que detesto y que detestara lo que me gusta. Que me odiara.)
-¿Cómo?
-(Ah ¿cómo podría explicar lo me hacían sentir cuando me llevaban para atrás en el tiempo hasta la escuela con mi piel mulata y mis championes rotos junto a los otros gurises, los hijos de los ricos que sacaban de sus carteras cajas enormes de lápices de colores, o fibras y cuadernos nuevos que la maestra miraba con ojos de decir qué bien, y aquella sonrisa que no me daba más que cuando la torcía con desprecio, o cuando mucho lástima, por el que nunca se iba a destacar ni merecía la pena, venido de la calle y destinado al trabajo bruto y los lugares grises, la ropa ordinaria y todo eso que yo sé que no es lo importante pero que me dolía, porque me lo hacían doler y me lo refregaban por la cara y por el alma mientras me hacían mirar, no sé cómo, el brillo de los otros, los con padre y madre y auto y casa bonita con tejas y agua corriente y caliente para bañarse y no ser un negro sucio como yo)
(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)
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