jueves, febrero 01, 2007

200: EL OTRO MUNDO TAN TEMIDO

Que no era lo mismo se dio cuenta enseguida, Cholo, cuando iban atravesando la roca. La vibración del pecho se hacía angustiosa, aunque no tanto como para pedirle instrucciones a Mandinga cuyo sobrepeso que less estaba dejando con la mitad de la potencia y agilidad. ¡No se iba a mostrar débil ante él! Engañador de sus antepasados, a los que nunca liberó con la venganza merecida sobre los esclavistas!
Aparecieron arriba de la tierra pero apenas por encima de los pinos. Tenían sobrepeso. Y además andaban inclinados para el lado del quía. Pero volaban… Ahora venía lo otro…Había que prepararse…Pensar. Tener una imagen mental de a dónde quería ir…El otro mundo. Pero no palabras, una imagen… Ah, tampoco sabía para qué lado quedaba! Ni si existía. Aunque tenía que existir porque ahí estaba Manuel… Entonces…Sintió esa odiosa risa puro resoplido que desinflaba a veces a Mandinga.
-¿De qué te reís? ¿No ves que me sacás de la concentración?
-No. Está todo bien muchacho. Lo estás haciendo de primera. No de balde sos un mandinga,
-Yo soy el Cholo Benitez, no tengo tribu.
-Ah, ya lo sabías. .. Sabías que sos un mandinga… y sabías de mi.
-Nunca creí que existieras. No podía existir un dios tan cobarde!
-Bromas aparte… ¿Cómo pensás pasar al otro mundo?
Cholo no llegó a contestar porque un sacudimiento casi le hace perder el equilibrio. Habían caído sobre las copas de los pinos de Solymar. Suerte que fue un acunamiento suave que apenas si abolló una mejilla de la bola.
-Levantate, vamos a pasar. Aunque no lo quieras te voy a ayudar con una imagen mental que vos vas a reflejar y todo va a salir bien
Calladamente Cholo se colocó en el punto en que las ondas principales resonaban claramente en el centro de su pecho. Desechó los temores y enseguida vinieron a él no una sino miles de imágenes mentales de un extraño lugar donde las cosas tenían más de una profundidad, más de una sombra y partes que salían hacia adentro. Luego una ciudad azteca de oro y piedras preciosas flotando sobre una laguna de sangre que era una caparazón de tortuga vuelta del revés. Y por último unos lugares neblinosos dónde deambulaban seres emponchados, taciturnos y esquivos. Hacia ahí nos dirigíamos, en este preciso instante.
La bola se enderezó y raudamente cruzó tres aros, uno rojo uno verde y otro azul sobre el fondo negro del universo que se abrió de pronto, como se abren los obturadores de las cámaras de foto cuando queremos más luz. Era el otro mundo. Un montó de islas flotantes en la nada. Paradisíacas, lujuriosamente verdes, habitadas de extrañas aves multicolores que volaban panza arriba como haciendo la plancha sin dar importancia a aquella pobretona bola de papel. Ellas eran aves del paraíso.
Las islas pasaron por debajo y apareció un gran continente gris que se iba haciendo más oscuro a medida que se lo volaba.
-Este es mi territorio. Mis vecinos son Nemrod, Gilgamesh y Patorusú…
-¡¿Patorusú?!
-Sí. ¿Qué tiene de raro?


(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)

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