A esa altura Ernesto, justo el que más los conocía, comentó, sorprendido, sobre el extraordinario conocimiento que tenían los amigos Tucus, de la más profunda naturaleza humana.
-Si hace unos días no sabían hablar en español!
-Pero lo entendíamos desde hace años –acotó casi avergonzado Trum.
-¿Pero cómo se han dado cuenta de nuestros defectos? (¿Tan mal los disimulamos?)
-Tenemos muy buen oído y nuestras galerías pasan apenas por debajo de muchos dormitorios y esos que ustedes llaman baños y que usan para tirar las heces.
-¿Han estado escuchando nuestras conversaciones privadas?
-Y comentándolas. Gran parte del río sonoro trata sobre lo que vamos aprendiendo en base a las escuchas.
Ernesto se había acalorado mucho, no se podía contener dentro del cuerpo.
-¡Pero eso es una tremenda falta de respeto!
-¿Respeto?
Manuel se rió. Estaba claro que los Tucus tenían todavía mucho que aprender. Seguro que junto con la palabra “respeto” tampoco entenderían la vergüenza, sólo un poco al orgullo aunque parecían empezar a tener líderes.
-A los líderes como ustedes se les tiene respeto…
-Sí, pero eso no tiene nada que ver con escuchar una conversación!
-Es algo privado.
-¿Privado de qué?
El Cholo llevaba la mirada y el oído de un lado a otro. Su cara denotaba estar metido hasta las bolas en lo que iba descubriendo de la naturaleza de los Tucus y de cómo eso se relacionaba conque fueran los primeros seres inteligentes capaces de vivir en una sociedad sin gobierno.
-¿Pero ustedes han aceptado ser los líderes, los que hablan y piensan en nombre de los otros?
-Esto es una excepción. No podemos hablar con ustedes todos juntos, los volveríamos locos! –ese final lo remarcó Trum con mucho acento que fue muy útil para que entendieran lo que quería decir o hacer que se imaginaran un conjunto de máquinas picando el hormigón al mismo tiempo.
Cholo se puso amoratado y miró a Manuel. Manuel se rascó la nariz. Magda siguió recorriendo con sus dedos la piel de la cintura de Manuel. El Rulo estaba muy serio. Julieta sonreía con labios de embarazada mientras sentía al bebé moverse en su panza. Pepponne seguía con los súbitos rubores que no le dejaban pensar tranquilo en cómo lograr una buena respuesta a la proposición de Mujica. Mujica estaba en su oficina del ministerio pegando la punta y el culo de un lápiz sobre el escritorio en rotativa obsesión.
-(¡Ya el boludo de Pepponne tendría que estar de vuelta!)
narrativa
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3 comentarios:
Ta bueno,sigue asi
Mientras se pueda va a seguir. Pero lo podés leer sin máscara!
Este blog se merece algo más. Y lo va a tener.
Arriba con tus bolas.
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