viernes, mayo 30, 2008

544. Convidados con sopa

En cambio los pobres maquis otra vez andaban desparramados por esos andurriales del universo pluridimensional. Por las páginas incontables de los incontables tomos de aquella biblioteca del viejo Borjes donde todo está escrito, desde la guía telefónica del año 43, hasta el libro de doña Petrona C. de Gandulfo, pasando por todos los gregrés y los Gregorios que quieras. Insondable misterio. Que viene a querer significar, si significar quiere algo, que incontables también serían las distintas historia de una misma historia. La de Manuel por ejemplo, si aceptáramos bajo ese apelativo a todos aquellos que nacidos donde sea, tuvieren como madre a una tal Margarita, hija del viejo Abelardo Goiticoechea, y como padre a un negro mandinga del que poco más que eso se sabe.
Tarea imposible sería contar todas esas historia, al menos intentarlo de forma simultánea, en cambio, si no es abusar de tu paciencia, pido permiso para continuar con la que ya traíamos avanzada.

Se dijo antes, no por capricho irresponsable, sino por ser fiel a las versiones más recibidas, que los muchachos, luego de ser elevados con todo el cubo de realidad que les rodeaba -y contenía- probablemente habrían sido esparcidos al boleo hacia todos los puntos cardinales y ordinales posibles. Mas tal vez haya sido apenas una figura poética, o manera de decir, si acaso, que nadie supo hacía donde eran dirigidos, remitidos o tal vez sorteados. Como quien dice aun cosas más groseras, usando el lenguaje coloquial, en vez de expresar esa indefinición producida por la mera ignorancia. Cierto fue que en algo la imagen acertaba. A no ser Manuel, que apareció junto con Magdalena, en un mundo donde ellos no habían nacido, los otros, todos, cada uno por separado, cayeron de diferente modo en mundos distintos, presumiblemente distantes.

Manuel , de la mano con la flaca, aparecieron dentro del monte de pinos que en todos los mundos, hasta ahora ha habido frente a su casa. Parecía todo normal, el perro del Toba ladraba a una luna espectacular que navegaba entre deshilachadas nubes blancas. Los grillos cricriaban entre los pastos de la vereda. Una música lejana de cumbia sobrevolaba los pinos y a lo lejos, filtrado por millares de troncos, llegaba apenas el rumor sordo del tránsito de Gianastasio. Porque eso que zumbaba no era por cierto ningún oleaje rompiendo sobre quilómetros de costa, sino motores de explosión empeñados en arrastrar carromatos metálicos de todos los tamaños. Lo de siempre. Un mundo como cualquier otro, hasta quizá... No. No había que adelantarse a los hechos.

En la casita había luz... Cruzaron sin soltarse las manos y caminaron por el costado hasta ver por la iluminada ventana de la cocina hacia adentro... Sentada frente a la mesa y un plato de sopa con humo, había una mujer que... Era Margarita, sí. Mucho más avejentada, ojerosa, con sus bucles ajados y... pegados en las mejillas por... ¡lágrimas! Aquella mujer estaba llorando frente a su plato de sopa...
Quisieron llegar de todos modos, golpearon para ello las manos al frente, esperaron. Salió Margarita caminando como una anciana que arrastra las chancletas. Preguntó sin casi levantar la mirada, qué querían. Aguantó pacientemente los titubeos de Manuel y Magdalena, que uno a otro trataba de ayudar a salir de tan extraña situación de no ser reconocidos por un pariente tan cercano. Porque, de última, la mujer, ni siquiera encontró parecido en Manuel con nadie, cuando le preguntaron directamente sobre el punto. ¿Vecinos?, preguntó. Y después, ¿Parientes dicen...? ¿Parientes de quién? No tengo parientes, no tengo... Las lágrimas volvieron a aparecer desde los párpados hacia abajo sin que ella pareciera preocuparse.

-Pasen -dijo por fin dejando libre el camino- vengan, acompáñenme mientras tomo mi sopa. Explíquenme adentro a quien andan buscando...
-A nadie -apresuró Magda, empezando a sospechar la situación- es que solo... no tenemos donde pasar la noche.

Margarita detuvo su paso abruptamente, se dio vuelta hacia ellos y rápidamente bajó desde el gesto soberbio que había aparecido en sus facciones a una blanda y contemplativa mirada. Nada dijo por algunos segundos. Retomó la marcha y fue a sentarse en su silla.

-Pasen. Puedo convidarles con sopa..

En la olla quedaba justo para dos porciones. En la panera de plástico verde cotorra, tres glisines y una tostada. Arrimaron dos sillas. Margarita hablaba.

-Si hubiera tenido hijos serían más o menos de la edad de ustedes... Lo hubiera hecho. Ese fue mi gran error.

Magda se atrevió a consolar.

-Todavía es joven...

Margarita sonrio con apenas un dejo de tristeza, les miró otra vez.

-¿Ustedes son pareja?

Poco a poco la conversación se fue encausando y la necesidad de compañía y comprensión de la mujer saciando su sed. Nunca se había casado ni tenido alguna pareja estable. Había dedicado su juventud al cuidado de su padre viudo, un gran científico que acababa de fallecer en el más completo anonimato. Sueños, sí, Esos sueños locos que todo adolescente tiene, pero que, llevar a la practica muchas veces supone abandonar a los seres queridos para poder vivir la libertad sin cortapisas. Para ella todo había sido un par de aventuras furtivas, en tres o cuatro escapadas que hizo a Montevideo para los carnavales, y otras tantas en noches de luna sobre la playa. Sí, conocía el placer. Pero un placer salvaje, de fiera enjaulada, que un día escapa y salta fuera de la jaula. Pagado con semanas de culpa frente a su padre al que cebaba mate mientras construía sus grandes inventos.

-¡Qué idiota! ¡Toda mi vida he sido una idiota!

-Todavía está a tiempo...

-A tiempo sí mija, pero para algunas cosas... Para tener hijos ya no.

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