miércoles, mayo 21, 2008

538. ¿Qué pensás hacer?

Ernesto explicó con calma sus dudas, sobre la filosofía que expresaba Manuel. Le parecía un relativismo muy extremo dentro del cual no quedaban criterios para distinguir lo mejor de lo peor. Cuál podría ser el rumbo cierto para que los dirigentes lo indiquen a las masas y así. ayudarlas a elevarse.
Abelardo quizo explicar el sentido de la palabra relativismo, pero Manuel ya había entendido a través del resto y sin muchas vueltas estaba respondiendo que por lo general la gente no necesita de un guía. Que la gente por lo general sabe lo que quiere y lo que le conviene, especialmente después que se atreve a confiar en su propia inteligencia. Que los buenos guías, en todo caso, son aquellos que saben entender el deseo de su pueblo y concretar los medios para llevarlo a cabo.

-Estábamos acostumbrados a obedecer.
-Pero la gente no tiene conocimientos técnicos, en cada materia...
-El que tiene más conocimientos se los transmite a sus vecinos y, en todo caso, que sea él el que dirija esa obra. Pero no todas... Ni eso le tiene que dar más derecho ni poder...
-Pero la naturaleza humana...?
-La naturaleza humana siempre se ha amoldado a las circunstancias. Se amoldó a veces a la esclavitud. A los campos de concentración... También se amolda a la igualdad y a la libertad.

Abelardo fue ahora el que volvió con la misma objeción de Ernesto. Le chirriaba un poco eso de tratar al mismo nivel la libertad y la esclavitud, como si fuesen realidades equivalentes, intercambiables.
Tampoco con esto estuvo de acuerdo Manuel diciendo que es la gente la que puede hacer las elecciones de lo que es mejor o peor. Que los dirigentes por lo general se marean mucho con esas cosas y terminan queriedo cerrar los oídos y hacerle hacer a los otros lo que a él se le ha antojado. Explicó, medianamente, como pudo, que a su modo había sido un dirigente en la otra tierra, que hasta cierto punto todavía lo seguía siendo, si es que encontraba la manera de retornar.

Esa mención al retorno trajo de vuelta a la rueda el fantasma de la nave que habían estado tratando de construir. Se instaló sobre la alfombra tejida de fibras de coco y quedo bamboleándose con sus alambres torcidos a modo de sarcásticas sonrisas. Un verdadero bajón.

-¿Qué pensás hacer? -le preguntó directamente Abelardo.
-Lo único que se me ocurre es hacer otra del mismo tamaño que las de allá... Pero se necesitaría un galpón bastante más grande...

Nadie le contestó porque en ese momento fue que sonaron los famosos tres golpes sobre la puerta. Pausados, firmes, casi lapidarios. Sensación del perseguido que sospecha haber sido descubierto. Planes de escapatorias por el lado opuesto de la casa. Escucha atenta del silencio que desde el otro lado de la gruesa puerta, llegaba como una masa de estopa que nunca hubiese tenido esa contundencia para golpear. Se calmaron un poco. No era un pelotón de fusilamiento, ni un conjunto de milicos apurados para dejar de mojarse. Más probablemente, se tratara de una sóla persona. A esa hora... Ernesto se levantó con el aval de ellos y fue a abrir la puerta. La abrió de forma decidida, como no teniendo temor de lo que pudiera verse una vez abierta. Eso que por fin se vio, ese grotesco perfil de una figura gigante recortada en negro por la luz de rayo que caía horizontalmente por toda la calle. Figura que dió un paso y ya bajo de el umbral mostró no ser tan alto como la puerta y...

-¡Mandinga! -gritó Manuel.
Mandinga pidió permiso y avanzó un poco más, hasta donde la luz artificial logró pintar de detalles aquel hippie de Parque Jurásico calzado con ruedas de auto y peinado, más que con rastas, con resortes de yute.

Una vez adentro largó su risa.

-Te andaba buscando Manolito

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