viernes, mayo 09, 2008

528. POR ESO

Juan Carlos quedó estupefacto cuando le dijeron que allí debajo del parque Fernando García, donde alguna vez había ido a pasear con sus hijas, allí sobre Camino Carrasco y a metros del puente, había sido construida una base subterránea enorme, con capacidad para carreteo de varias aeronaves e instalaciones supermodernas para el alojamiento de tropas y pertrechos, bajo iluminación a giorno y ambiente climatizado.
Quién hubiera podido suponer que esas cosas pudieran suceder en este pequeño país, alguna vez apodado "La Suiza de América", por su democracia -imperfecta y todo- y no por cierto por relojes ni caldos de gallina. Aquel paicito en el que, según contaban los viejos, el presidente solía concurrir a la casa de gobierno haciendo uso del transporte público, y otro, en otra época, salía de esa misma casa, por la puerta de atrás para ir a tomarse unas grapas con los parroquianos de un barcito que por allí no más había.

-Por eso yo me quiero ir a la mierda.

Porque las cosas se habían podrido de tal forma que ya no se podía vivir tranquilo. Pobres habían sido siempre, pero antes por lo menos se podía disfrutar de la vida, charlar con los amigos, comerse un asadito o ir con la familia a disfrutar de la playa. Que ahora ni eso se iba a poder, desde que se volviera a hacer obligatorio el porte del documento de identidad para que los milicos te lo pudieran pedir a la vuelta de cada esquina bajo apercibimiento de cargos de terrorismo. Allanamientos nocturnos de domicilio sin orden del juez y tipificación de todo como delito, a no ser aquellas pocas cosas permitidas como chuparle el culo a los poderosos.

-Por eso estoy pensando en irme a la mierda. ¡Si por lo menos hubiese ganado el Frente!

Porque ahora las clases privilegiadas habían vuelto a cerrar filas con las multinacionales que le habían comprado las estancias para llenar el país de árboles de mierda y soja transgénica. Las compañias, grandes y pequeñas, las farmacias y cualquier actividad que pudiera generar algún dinero.
Porque aquí los que estamos sobrando somos los pobladores, por muy pocos que seamos. Nos hemos dejado robar el país....

-Me voy para Brasil.

Manuel escuchó en silencio toda la verborragia del hombre, consciente de estar presenciando una descarga de emoción largamente contenida. Pero no pudo dejar de deprimirse. No lograba imaginar con qué palabras podría convencerlo de que todavía se estaba a tiempo de hacer algo.

-Nosotros allá lo logramos.

Juan Carlos se calló. La reiteración de el muchacho con las incoherencias le decían que estaba hablando al pedo ante un auditorio inapropiado. Abelardo intervino.

-Él tiene experiencias de una comuna anarquista.
-?La Comunidad del Sur?
-...

Por un momento desconfió Juan Carlos de estar siendo victima de un par de charlatanes, pero recordando las fotos en la pantalla del televisor, pensó que nadie iba perder el tiempo persiguiendo un par de papanatas. Serían tal vez un poco bolados, sí, tenían los dos un dejo poético, o mejor dicho pinta de poetas de esos medio bohemios que forman por lo general las mejores ruedas de conversación. Buena gente.

-¿O acaso hay alguna otra comunidad anarquista?

Manuel se rió.

-¡Muchas...!
-¿Dónde...? ¿Aquí en Uruguay...?
-Pero en el otro Uruguay...
-¿El de la imaginación...?

Manuel no quiso contestar lo que se le ocurría para que el tipo no lo tomara por loco con más seguridad. Sólo a él se le podía imaginar en medio de la conversación que cada juego de dimensiones era como las distints posiciones que iban tomando los labios de una enorme sonrisa de Dios el Verdadero. No iba a decir esa guazada, aunque le hubiese parecido una película en cámara lenta que le explicaba una manera posible de ver las cosas. Se había quedado embelezado con la imagen. Era como... las cosas parecidas que solía de niño ver de pronto proyectas sobre las copas de los pinos o las formas de las nubes y que... le enseñaban en un abrir y cerrar de ojos lo que él hubiera demorado dos días en explicar.

-Hay otros mundos que para nosotros son reales porque están en nuestra misma imaginación...

Juan Carlos torció rápidamente la cabeza hacia Abelardo como queriendo protestar pòr el engaño de haberle enseñado al muchacho a hablar como un budista, como única alternativa a reconocer que lo que le había parecido un loquito medio rayado, resultaba ser alguién que estuviera hablando con un sentido filosófico o metafísico. Como cuando él...

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