sábado, mayo 10, 2008

529. Hay un cuento que cuenta...

Porque él también había, en un tiempo, divagado sobre la posible realidad de los espacios imaginarios, aquellos... donde se podrían alojar los números imposibles, esos... que de ninguna manera podrían existir como lo cuadrados con signo negativo, y que sin embargo, existían y no sólo eso, sino que con ellos se podían hacer interesantes cálculos que de otro modo... Habíase una vez pasado la noche en vela pensando y pensando en la posible o imposible coherencia del pensamiento humano. Del pensamiento matemático en especial. Sin encontrar una explicación al hecho de que siempre se terminara encontrando un fenómeno que se desarrollara en coincidencia con una fórmula matemática por absurda que esta pareciera. Como si en realidad las leyes que rigen el universo no fueran más que leyes matemáticas, conceptuales, es decir, puros pensamientos. Como que fuera lo mismo inventar sistemas de ecuaciones que universos. Como si el pensamiento fuera algo más que lo que cotidianamente imaginamos. Un poder creador u ordenador de una realidad que sin leyes carecería de sentido y nos fuera imposible de percibir.

-¿Por qué decís eso...?
-Porque... Cuando decimos que algo es real es porque así lo vemos. Los delirios son reales. No lo son para el que no los ve.
-Bueno... si me querés meter en un trabalenguas lógico....
-No, te digo que cualquier delirio... Lo que sea que para vos signifique la palabra. En algún rincón del infinito universo, existe...

Juan Carlos hizo un mutis involuntario, a esa altura de la conversación porque locas ideas empezaron a bullir por su cabeza, ya con pocos pelos. Era que de pronto se había instalado frente a los ojos de su imaginación un sector de espacios multidimensionales que comenzaban a llenarse, punto a punto con todas las posibilidades habidas y por haber. Los infinitos puntos transinfinitos que inexorablemente iban suturando todos los huecos posibles que pudieran quedar en cualquiera de las rectas.

-¿Estudiaste matemáticas...?
-...

Se acordó entonces de aquel cuento que había leído sobre un muchacho raptado por una nave alienígena que lo llevaba y traía, involucrándolo en constantes peripecias sin que quedara en claro cual podría ser el propósito de todo aquello.

-Tengo un cuento por ahí que hablaba de esas cosas. El personaje era... Manuel, como vos.
-Un cuento...
-Sí, Se llamaba: Las Bolas de Manuel, y lo que por ellas le acaeció. Creo que lo escribió mi hermano, Bosco.

Abelardo y Manuel al unisono repitieron aquel nombre con tanta sorpresa y curiosidad que Juan Carlos salió despedido rumbo a su estudio y en busca de los papeles, aquellos, arrugados, que a cada rato se caían del estante de arriba.
Cuando volvía, Manuel prácticamente le quitó el cuento de las manos y se puso a leer nerviosamente pasando un dedo por cada renglón del escrito y cambiando de página sin dejar que su abuelo terminara. Eran veinte páginas donde se narraban las aventuras de un tal Manuel que los ovnis dejaban colgado en el centro de Buenos Aires y en bolas, bastante graciosas e impresionantemente parecidas a lo que habían sido sus propias peripecias.

-¿Bosco, el de Guichón?
-Sí, mi hermano.

Manuel estalló.

¡Que hijo de puta!

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