-Sí, Dengue. De él te tenés que acordar... le tenías mucho afecto... hasta ayer.
Ernesto pareció hundirse en un profundo océano. Mirando por encima de los pinos, no mirando, en realidad miraba dentro de sus propios recuerdos y percepciones. Tenía una sospecha. Algo dentro de su mente le hacía sentir que esa palabra, usada como nombre, ya había llegado a sus oídos en circunstancias y con referencias a asuntos sumamente privados. No podría precisarlo, pero junto al sonido de la palabra se le había representado una imagen reciente dentro del parador de Pichi. A la izquierda el largo mostrador y... allá más al fondo, en aquella mesa desvencijada, alejada del resto por tener una pata coja... restaba ese muchacho negro que ya había visto derrotado por el alcohol en otros sitios. Era el mismo que entonces llamó su atención... por la manera de estarse tirado sobre el respaldo de la silla, los brazos colgando a los lados, incapaces ya de llegar al vaso sobre la mesa demasiado alejada. ¿Por qué le seguirán vendiendo vino? Pensó él entonces mientras otros datos también observados le hacían calcular la edad en el entorno a los 19, el peso sin un gramo de grasa y la altura totalmente normal.
-¿Cómo es...?
-¿Dengue? Y... flaco, un poco más oscuro que yo... tiene algunos rulos que le cubren la frente...
-¿Toma...?
-Tomaba.
-Pero ¿tomaba mucho...? Es ese muchacho que anda tirado por cualquier parte...?
De pronto Manuel se puso pálido. Se agarró la cara con ambas manos. Fijó también los ojos en la nada que le impedía pensar... No fuera posible que la ocurrencia imposible que se le acababa de ocurrir, fuera posible! Quiso comprobarlo y descartarla ya.
-Pero, qué día es hoy? ¿Que día, qué mes y qué año?
-Sábado 15 de Marzo del año 2008.
-Claro -había pensado que tal vez había salido al mundo un par de años antes, en los tiempos en que Dengue andaba siempre tan mamado como lo había visto un rato antes. Cuando no formaban todavía el grupo que después se reuniría en la caverna. Cuando el era un tipo feliz.
De todos modos estaba perdiendo el tiempo. No podía ponerse a esperar que Ernesto o los otros recuperaran la memoria... o la razón... o ambas cosas porque... Pero basta. Tenía que encontrar las otras entradas, las de los Tucus, diseminadas entre los pinos , y que, a pesar de ser un poco estrechas, ya una vez se había salvado cayendo por una de ellas.
Salió corriendo sin apenas saludar a Ernesto, se adentró en los pinares y en subida y bajada de dunas fue revisando con rápidas miradas en busca de elevaciones de la arena y las pinochas como las que usaban los tucus para encubrir las bocas.
Encontró una pero... Parecía demasiado pequeña... La destapó con cuidado y...encontró la boca del túnel. Sólo que era del ancho de su mano.
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