No pudo oscilar demasiado en el devaneo, allí se estaba asomando Vittorio con su nariz rectilínea y su incipiente calva. ¿Sería correcto preguntarle de improviso por su madre... compañera suya...? O mejor esperar a conocer con cual locura le salía el pobre...
Ya le estaba mirando con interrogación, venía hacia los vidrios, aunque serio, como si no le conociera. Trato Manuel de abrir la puerta que parecía estar trabada. Se afirmó en el mismo momento en que Vittorio alargaba sus cinco dedos para tomar el picaporte y tal vez preguntarle qué venía a hacer. Se destrabó la hoja y con entusiasmo incontenible fue la madera a golpear la mano del licenciado quién contuvo apenas una puteada.
-Venías por alguna consulta?
-Nooo...
-...
-Quiero decir que... ¿Es que no te acordás de mi?!
Vittorio tartamudeó un poco poniéndose colorado. No gustaba de reconocer que era sumamente distraído, olvidadizo y poco fisonomista.
-No se... Me resultás conocido pero no logro ubicarte.
Ahora la única duda de Manuel era el método a utilizar. Si el sistema de shock de evidencias apresuradas que no le dieran al sujeto tiempo para elaborar pretextos o... Lo que venía pensando en el camino... Darle largas al asunto para...
-Si querés pasá y me explicás qué querías decirme... Estoy desocupado en este momento...
Una vez adentro del consultorio Manuel decidió largarse al agua. No quiso sentarse y en cambio fue hasta frente de la mesa que la otra vez le había servido de base para los guijarros. Giró en redondo y se puso a hablar.
-Hace dos años vine aquí.Todos decían que estaba loco porque recordaba un viaje al pasado y a otros mundos donde los personajes de las historietas andan por la calle. Que yo mismo había sido dibujado en una tapa de Hora Cero y que el Pepe Mujica saltaba en una pata para no caer dentro de los agujeros... ¿Te acordás de las hachas celtas...? Cuando giraban para un lado y después cambiaban el sentido...?
Vittorio dudó. Caminó unos pasos e intentó encontrar algo dentro de su enorme y desprolija agenda.
-No no me apuntaste en ese libro. Me dijiste que no estaba loco y te pusiste a jugar con las piedras...Me acompañaste hasta ese lugar y cuando abrimos la puerta para salir...¿Qué paso, eh? ¿Que nos paso?
Maquinalmente Vittorio respondió como un eco.
-¿Si...qué nos pasó?
-Que nos raptaron, boludo ! ¿No te acordás...? Una nave enorme con un
salón como de cine, lleno de hileras de asientos... Una nave que no era de este mundo, llena de gente...
-Cómo te llamás...?
-...bueno. Ahora estás pensando que sí estoy loco, claro, era para ver si lograba hacerte acordar de algo, pero... Ya se que para quién no recuerda haber visto algo raro, el que lo recuerda es un loco. Un raro... Y tu profesión es de que uno se olvide de las rarezas. Sin embargo yo se cosas de tu vida que, si no te conociera, no las podría saber.
Le sopetó todo a boca de jarro sin dejar de sonreír, a pesar de que la calma de Vittorio era olímpicamente divina. Un profesional que descansaba ahora el trasero sobre la mesa de hacer los tests, mientras curtiendo la suavidad de las ondas alfa registraba el general panorama de lo que estaba escuchando. Sin perder el hilo, naturalmente, sino que el campo visual de su atención se extendía un tanto hacia los lados, aquellos detalles de la inflexión de la voz en las distintas palabras y el lenguaje postural que el sujeto venía desarrollando. Su fórmula de trabajo. O sea la de la mínima intervención, para no alterar la naturalidad de la información recibida, y, de paso para no reconocer que solía estar más perdido que Adán. Para actuar y tratar de ejercer influencia se necesitaría tener la certeza del significado de la palabra salud y de las posibles consecuencias de la mejor intervención... la menor...
-Bueno... Preguntame a ver si conozco cosas de tu vida...
-Mejor... Contame qué es lo que sabés de mi.
-Que te llamás Vittorio Giorgionne. Vittorio con dos tes, como los italianos, y Giorgionne también, que una vez me contaste que eras descendiente de un gran pintor de hace siglos.
La voz de Giorgionne fue emitida con vibración pareja y blanda. No puso objeción a la certeza de lo que había escuchado, más bien daba ánimos a continuar.
-Te tocó trabajar aquí en Lagomar porque,...bueno, no me acuerdo... aquí vine yo, cuando parecía que estaba loco... pero, claro -Manuel se sintió contrariado- Vos no te acordás de mí. Voy a contarte todo lo que no tenga que ver conmigo. A ver... Que tenés casa en Montevideo, tu mujer es escribana, que tenés un hijo casi de mi edad y que en una vitrina de tu living hay un acha celta que...
-¿Hacha celta...? -casi con piedad preguntó.
-Sí, las que giran para un lado y después para el otro... ¿La tenés todavía?
-No... Nunca he tenido una... ¿cómo son?
-Con forma de huevo, más o menos.
-¿Pero son hachas...?
-Sin filo.
-¿No se usan para cortar?
-No se para qué se usan, pero son muy antiguas... y giran para un lado y para el otro.
-?Y a vos qué te hace pensar eso...?
-Nada. Son así, aunque a uno le parezca raro. Pero son reales, existen!
-Y... cuando se le termina el giro para un lado, qué es lo que las empuja en el ocontrario?
Manuel se rió.
-Será el sentido de la justicia, del equilibrio...
-Ah... ¿tienen sentido...? ¿Conciencia...?
-Y... de alguna forma... todas las cosas tienen conciencia... me parece.
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