Ernesto Federico quiso tantear hasta dónde llegaba la demencia del muchacho. Había conocido muy de cerca una persona alienada. Su madre. A la que a pesar de todo seguía amando en el recuerdo de aquel pasillo que tragaba luz desde su extremo, iluminando la frágil figura desde atrás. sentada con los pies sobre la silla, abrazadas las rodillas y... aquella manera de hamacarse acompasadamente...
-¿Viniste por lo del jardín...?
-...
No se podía imaginar que una dimensión pudiera estar arrollada como si fuera una cinta métrica dentro de su estuche. Y que no apuntara hacia ningún lado conocido... y sin embargo no otras cosas que esas solía soñar en esos sueños que llamaba de ciencia-ficción, como aquel en que se escurría por entre dos láminas que no se sabía donde estaban y que dejaban pasar para el otro lado donde todo era luz y felicidad... Además si Cholo lo afirmaba era porque estaba muy convencido y Cholo...
-Supongo que ese muchacho... Cholo, te habrá avisado.
-Cholo?... No, Cholo no me dijo nada. Tampoco él se recuperó todavía.
-¿Qué le pasó?
-...nada... ¿Y qué me tenía que decir...?
-Que tengo el jardín para hacer. Me dijo Cholo que eras un buen jardinero.
-Ah...sí?
-¿No te interesa...?
-Mmmm
-¿... te sentís bien?
Manuel se había puesto perfectamente verde. Por asociación con el color del césped o tal vez como resultado de estar a punto de reventar por no ceder al impulso de sacudirlo a Ernesto y gritarle que de una buena vez despertara. Que era urgente y necesario saber la suerte que había corrido Margarita y Giorgionne Para después reunirse todos a ver que actitud tomar frente a las pretensiones del Diablo. Lo miró a su amigo casi con desesperación, pero sin embargo comenzó entonces a calmarse. Ernesto no se veía tan mal. Le estaba observando con curioso interés, como si buscase en sus signos claves para llegar a una comprensión. Estaba conciente y despierto y por mucho que se hubiese olvidado del pasado resiente, seguía sabiendo quién era y recordaba los nombres de algunos de sus compañeros maquis.
-¿No te acordás de haber estado en una caverna...?
-¿Caverna...? Sí, he estado...
-Hasta ayer estuvimos ahí...
-... ayer estaba en Montevideo...
-Pero te acordás de la caverna...
-Una vieja mina de oro, en Brasil.
-No! Yo digo aquí, abajo de tu casa.
Ernesto se puso pálido, llevó ambas manos a apoyarse sobre las rodillas ...miró un par de veces a Manuel, sin contestarle. Después miró a lo lejos un momento y nerviosamente le preguntó de qué le estaba hablando.
-De la caverna que hay aquí debajo... que tenía la entrada por el aljibe...
El miedo que se pintaba en la cara de Ernesto no condecía con su robusta y nada flácida estampa, que se venía reduciendo, poco a poco, como la grasa puesta en la sartén, hasta restar en un diminuto chicharrón. Temblaba y sus ojos nadaban en laguna de lágrimas.
-Tenés que acordarte, Ernesto!
La respuesta de Ernesto fue con un hilo de voz. Preguntaba por la verdadera identidad de Manuel, como esperando no escuchar la respuesta. La temida, tan temida, tal vez por lo tanto que la había deseado, la respuesta a sus ruegos de niño y adolescente, que mamá volviera...
En aquella mirada se expresaba a la vez el mucho miedo y la tentación de creer que su madre estaba de vuelta, incorporada en el cuerpo de este mozo que había demostrado sufrir del mismo tipo de delirios. Una caverna debajo de la casa. Como ella afirmaba haber recorrido con su cuerpo astral antes de asustarse con no se que clase de monstruos que por allí andaban... Claro, por eso había entrado como a su casa preguntando por su madre... "Mi madre", pensó Ernesto
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