La transpiración del rostro de Ernesto, su temblor, extendido desde las manos, fuertemente apretadas sobre las rodillas, hasta el mentón, que arrastraba al labio inferior en un rictus casi implorante, el aspecto todo, que amenazaba al parecer desarmarse como si fuera un enorme castillo de naipes soplado por sorpresiva ráfaga... Todo eso, más la simultánea opresión de su pecho, hicieron callar a Manuel y esperar a que el pobre hombre pudiera articular en palabras lo que todavía no salía de su garganta. No quería mirarle más, el simple jadeo de la respiración era suficientemente expresivo como para esperar un desenlace que no podía tardar. Y que no tardó, llegando en forma de casi inaudible pregunta:
-¿Te manda mi madre...?
Algo le había contado Dengue de la extraña historia de aquella mujer africana, la madre, muerta en esa misma casa, cuando Ernesto era aún un niño. Y algunas cosas más, pero nunca las suficientes como para entender este aparente ataque de pánico, ni mucho menos por cual razón se le ocurría pensar que él fuese un emisario.
-No... no me manda nadie...
-?Pero entonces de dónde sacaste lo de la caverna...?
-Porque he vivido en ella... ¡Hemos vivido!
-¿Vos y... mi madre...?
-No. Con vos y el Cholo y Dengue y... mi madre.
Ernesto chasqueó los labios. Iba dejando apenas de lado el miedo y ya se mostraba molesto. Por un momento había estado olvidando las claras señas de locura que ya le había mostrado el muchacho. Se había dejado llevar por la emoción, esa particular emoción que siempre está dispuesta a pintar fantasmagorías que le llenen en el alma aquel doloroso vacío. Esa región que se empeñaba en olvidar sin lograrlo, ni a través de los más fervorosos razonamientos científicos que resonaban dentro de su cráneo como los acompasados ronroneos de una oración. Los muertos, muertos están. Sin vida no hay pensamiento. Sin pensamiento no hay alma. Mamá no volverá.
-¿En serio, no te acordás de nada?
Por otra parte no dejaba de ser preocupante que un segundo loco viniese con la misma historia de la caverna...
-Dentro del aljibe estaba la escalera... y en el fondo, una entrada a la rampa que hace poco terminaron los tucus... ¿Te acordás de los tucus... de Trum Urum?
Tucus...!... bichos peludos, decía ella...! Habla como si fueran personas... como hacía mámá refiriéndose a las cosas, pero... no pueden haber dos locos iguales... ¿Por qué ellos...?
-Sobre tu estufa tenías la fotografía de un amigo tuyo... un tucu...
-¿Tenías...? ¿Entraste alguna vez a mi casa?
-Muchas veces, hace como dos años me salvaste de los ángeles.
(Qué increíble, otra coincidencia, ella... Decía que los ángeles habían venido de Sirio, la estrella hermana.)
-¿Te acordás...? Y me hablaste como que eras un hombre primitivo... allá abajo, en la caverna...
(Y ella decía que el hombre primitivo había sido mejor, más bueno e inteligente)
-Y me quisiste hacer olvidar todo con una bebida hecha con hongos, pero te hizo mal a vos y te caíste envenenado...
( El veneno. Eso también. Ella opinaba que toda la comida estaba envenenada y que por eso nadie le creía cuando afirmaba que allá abajo había una cueva habitada por un montón de bichos peludos.)
Después de que te arrastré por los pies empezaste a confiar en mí y me trajiste acá arriba... me mostraste la foto del viejo Dunga, el padre o abuelo de Trum... todos tucus...
(No era acaso Dunga, o dnunga el apodo cariñoso que papá le había puesto?)
-Y entonces tu computadora empezó a lanzar alarmas porque... venían los
ángeles!
(¡Ahí estaba! La continuidad de la idea... "El viejo Dunga" estaba en la foto, en ese lugar donde tengo la foto de papá... papá es "Dunga" y a ella le dice "Dnunga" que creo que es el femenino...! Ahora...¿Computadora, alarma, los ángeles...?)
-Después me saliste conque yo era un predestinado y me fui a la mierda.
Ahora Ernesto aprovecho para largar las tensiones. Tras un primer pequeño resoplido de risa, se fue soltando y al momento se reía a carcajadas, de una manera patológicamente exagerada, tanto que cayó sobre tierra retorciéndose de risa sin poder detenerse a respirar.
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