Manuel vio que la cosa venía conversada. Dengue se veía mejor aunque todavía no pudiera hablar, la Yiya no quería perder su posesión y Cholo... no terminaba de salir de su estupor.
-Me voy a buscar a mi madre.
Dijo y salió a las zancadas, bastante agobiado por la responsabilidad. Después de todo nada hubiese ocurrido si no le hubieran raptado desde dentro del cuarto de baño, Germán o su abuelo, o viceversa, o los dos juntos y además Bosco y ese demonio de Mandinga!
(Pero yo me las busqué todavía... porque no tenía por qué andar contando lo que me había pasado, ni a la flaca, para no meterla en líos, ni a nadie más aunque... qué miedo que tenía de estar en serio volviéndome loco! Entonces Giorgionne...y Ernesto Federico y... No, pero los ángeles ya me andaban detrás! Ese día entre los pinos me hubiesen llevado si no hubiera sido por Ernesto y los Tucus...¿Y entonces...? ¿Todo hubiera sucedido aunque me hiciese el boludo....?)
Por esos temas vagó la cabeza de Manuel mientras caminaba derechamente hacía las ruinas de Los Dogones, al ritmo que la arena del camino marcaba, según su cantidad sobre el firme del terreno.
¡Allí estaba...otra vez con su magnífica estampa el caserón de los Oliveira! Entero y con buena pintura, obra segura de la extraordinaria habilidad de los Tucus para el manejo de la madera y por lo visto de la restauración de relojes antiguos o de casas estilo castillito como si fueran relojes cu-cu. Porque la casa parecía ser una réplica exacta de la antigua casa... salvo un detalle... los contramarcos de las puertas estaban pintadas de color lacre! Por qué los tucus habrían cambiado el anterior color? A veces parecían medios chicatos para eso. Sólo les importaban las formas y los olores... En el portón había otra diferencia: Se habría con sólo apoyarle una mano... y el camino de entrada estaba limpio...
Apareció por el porche con su bermudas blancas. Llevaba alto el perfil mirando la extensión de sus plantíos de blanco algodón que cultivaban los negros. Sus negros. Quiso portar en la mano una fusta para cualquier animal que montara. Y parecía muy ocupado en importantes pensamientos cuando advirtió que se habría el portón y aparecía a las risas ese pardito Manuel que le habían recomendado como jardinero.
-Adelante...¡no baja a pedir permiso! -le espetó a boca de jarro, golpeteándose de forma imaginaria con la fusta en las supuestas botas.
Manuel levantó la palma en el saludo ácrata y ya iba a comentar la exactitud de la nueva casa cuando vio en Ernesto un gesto altivo desde el enmaderado del porche hacia abajo. Un gesto feo que parecía de desprecio, como diciéndole que había mucha distancia entre uno y otro. ¿Por qué? ¿Que le estaría pasando? Seguro que otro que se había visto afectado por el tránsito a través del punto... Otro más.
-¿Mi madre y los otros, salieron bien?
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