miércoles, marzo 26, 2008

499 Para llegar a la cita

Era otra vez el viejo Lagomar a lo largo de sus calles de balastro claro rodeadas por los pinos y el silencio. Era ese tiempo lento que se niega a transcurrir más que para volver una y otra vez al mismo canto de la chicharra, el crepitar de las piñas que se abren y el silencio de cada pinocha que con la brisa se desprende y cae.
Estaba visto. No se trataba de una epidemia de amnesia selectiva. Ni de un viaje temporal a los momentos previos a la irrupción de las bolas y los ángeles. Era tal vez, un especie de maleficio... Un juego mágico que habría hecho con sus pezuñas el chivo de Satanás... Cosas en las que no creía. Nunca. Porque no lo podía creer, simplemente. O sea...

De pronto se le hizo la luz. ¡Estaba en otro mundo! Ya Mandinga le había contado un episodio similar, al que no había sabido si prestarle crédito, o no. Eso era! De ahí las pequeñas diferencias sobre una base muy similar. De ahí que las personas, sin dejar de ser ellos mismos, parecieran haberse definido de una manera distinta. Como había dicho él. Un mundo paralelo, donde cada cual se ve enfrentado a situaciones un poco diferentes, toma decisiones también algo diferentes y.... Aquí el Dengue no había dejado de ser un borracho ni Ernesto Federico, tal vez habría pensado en formar una sociedad secreta, porque en este mundo... seguramente no habrían aparecido los ángeles ni su abuelo habría mandado a Mandinga para ayudarle. Hasta era posible que...

Tanteó que en el bolsillo tuviera suficientes monedas. Corrió hasta la parada de ómnibus de Becú y sin parar se colgó de uno que ya partía.
-Hasta la 20.
Se bajó a la carrera por Aerosur como si fuera apurado para no perder un avión que estuviese remontando del aeropuerto, allá, pasando la altura. Pero no. Corrió apenas hasta que estuvo frente a aquel galponcito que sobresalía de la línea de construcción. El viejo galponcito donde se abuelo reinventaba la pólvora todos los días. Ahí, era ese. Y la terraza de la casa extendida al costado, con aquel mismo portland que había dibujado tantas veces con tizas de colores...
Tal vez sea cierto que Manuel se lo esperaba, pero igual, cuando vio que la puerta del galpón se habría y de ella aparecía aquel anciano encorvado de pelos hirsutos...

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