Algo le chocó violentamente al entrar de nuevo a su casa. En la pared que se veía al frente estaba, allí ajado por el tiempo que hacía que lo habían clavado, un tremendo banderín de Peñarol con cordón y flecos de seda! ¿Quién se podría haber tomado el trabajo de colocarlo allí de ese modo, para que pareciera estar así desde años?
Entró de todos modos olvidándolo enseguida por levantar el rastrillo y la cortadora que junto con la tijera de podar y un par de guantes seguramente Rulo había dejado tirados después de usar. Estaba la bicicleta pero no el carro y dentro del galponcito alguien había ordenado todos los cachivaches que nunca se decidía a acomodar.
Se rascó la cabeza para pensar una alternativa de transporte, pero como no se le ocurría nadie amigo con vehículo en el barrio, salió no más pedaleando mientras ordenaba las ideas sobre las organizaciones solidarias de la comuna. No se acordaba de si ya había sido construido el hospital comunal, pero en todo caso lo necesario era el transporte, pensó.
Fue cuando levantó la vista por sobre la calle y vio la inconfundible figura del Cholo, a la que se le adivinaba la sonrisa de siempre. Era bueno confirmar que Cholo también había escapado. Tal vez tuviese noticias de los otros...
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