Ernesto, todavía incrédulo y sin atinar a otra cosa se asomó por la boca del aljibe, tontamente, a ver lo que sin duda iba a ver. Un loco asustado, a los manotazos, allá en el fondo, donde apenas gustan de habitar las tortugas. Un muchacho que a pesar de mantenerse a flote, se estaba cansando inútilmente sin atinar a estirar , ahora sí, hacia abajo sus piernas, para apoyarse en el fondo, a no más de un metro y medio de la superficie.Ernesto lo sabía, pero tan extrañado estaba por la manera en que se habían sucedido los hechos que, casi podría creer que esa batalla acuática que Manuel libraba contra las olas, fuera otro síntoma de su evidente locura. Le gritó. Por sobre la bataola de salpicones logró hacer resonar un mensaje de calma.
-Voy a tirarte el balde con la cadena. Cuidado que no te caiga encima!
Fue entonces, que por apartarse hacia la orilla, se esforzó en apoyar la espalda contra la pared del pozo y... sin querer tocó con los pies en el fondo. (Vaya idiotés!) El balde cayó con su paf característico y se puso de lado a tomar agua, con la boca abierta mirando a Manuel, con sorna, claro, era fácil para él después de haber caído miles de veces, para subir chorreante y ufano con aquella agua fresca que iba a ser festejada al llegar arriba...
Enroscó el brazo derecho en la cadena, se puso el balde entre las piernas y así, sentado y prendido con ambas manos comenzó un lento ascenso que estaba exigiendo bastante a la vieja roldana y a los músculos de Ernesto. Llegó arriba, se desenroscó y chorreando agua quedó parado sobre las rectangulares losas de granito rojo hasta arrancarle una sonrisa al dueño de casa.
-Qué te está pasando, muchacho? ¿Qué locura es esa?
Fue demasiado. Lo agarró de un brazo, lo sentó de prepo en el banco verde y le dijo no más que se dejara de joder, que bastante les venía aguantando que hubiesen quedado todos medio idiotas y sin memoria, pero... que le llenaran el aljibe con agua sabiendo que era la única entrada rápida para la caverna...!
Ernesto entendió. Algo había leído de psicología profunda, como le llamaba el profesor de Boutarot. Las fantasías inconscientes. Que de pronto pueden irrupir en el plano de la acción y realizar, más que un escenario psicótico, una puesta a punto del borrador interno. Se veía en los psicodramas cuando el personaje representado copaba la escena y exigía escribir todo el libreto Ya se le iba a pasar, especialmente si nadie le pone en discusión la realidad de su fantasía. Su fantasía es real, con mucha más realidad que la dureza de las piedras y la fugacidad de la vida. Solo que se basa en simbologías secretas parecidas a geroglíficos...
-El pozo tiene agua, sí, porque... ha llovido...
¡El colmo! Tras de estúpido, loco!
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